jueves, 5 de noviembre de 2009

EL PADRE CONYEDO I, Rafael Pérez González.

Parroquia, Santa Clara, Villa Clara, 15 de octubre del 2009 (FDC). Nació en San Juan de los Remedios, a fines del mes de octubre de 1687 y fue bautizado el 27, por el cura José González de la Cruz. Fueron sus padres Juan de Conyedo Martín y Juana Manuela Rodríguez de Arciniega, naturales de la localidad. Su nacimiento casi coincidió con la traslación de la villa para la fundación de Villa Clara, así vino a esta en el albor de su existencia.

Se vió privado de sus padres en la misma infancia, pero no fue este un obstáculo para su educación. A pesar de su orfandad y de haber perdido también a sus abuelos, el regidor alférez mayor Gaspar Rodríguez de Arciniega y Ana Yera, único auxilio que le quedó, pues vino de San Juan de los Remedios al abrigo y cuidado de estos.

Todavía en la edad pupilar, después de recibir en Villa Clara la instrucción de la época, marchó a La Habana a continuar sus estudios. Con inclinación a la carrera eclesiástica, sin más recursos que los muy reducidos que le brindaban la herencia de sus abuelos y el legado que para ayuda de terminarla lo hiciera la ya citada Yera, desde 1701.

Fue ordenado en 1712 y obtuvo el grado de Licenciado en Cánones, volvió a su terruño, en marzo del mismo año. Fue acogido con respeto y se dedicó con ahínco a satisfacer las necesidades públicas. Su amplia instrucción hizo que tomase parte en casi todos los asuntos y las autoridades se aprovechasen de sus luces por carecerse de letrados.

Formado con una buena educación moral y religiosa, en que descansaba el edificio social, fue su primera obra, tomar a su cargo personalmente y sin estipendio alguno, la dirección de todos los niños de ambos sexos de la villa. Con una decisión, que honra su memoria consagró las horas del día que le dejaba desocupada sus ministerios, para darles la educación primaria.

En mayo del mismo año, se le nombró sacristán interino de la iglesia parroquial y teniente cura de la misma, en 1717. Las atenciones a estos cargos, como las de cura rector de la propia iglesia y vicario juez eclesiástico, que entró a servir en 1718, por cesación del presbítero José Suárez, no le hicieron desmayar en la obligación que se impuso de educar a la juventud.

Al fin, el cúmulo de otras atenciones, hizo que confiara el magisterio al notario público del juzgado eclesiástico Pedro José Jaramillo, quien bajo su inspección lo desempeñó algunos años. En pago de este servicio y de otras buenas obras ejercidas por Jaramillo en bien del pueblo, le donó en prueba de su agradecimiento, una casa que poseía junto al hospital de Caridad.

No bien obtuvo el curato, acometió la empresa de edificar de mampostería y teja la ermita de Nuestra Señora de la Candelaria, para destinarla a convento de San Francisco, según lo solicitó después al Soberano y con tal objeto, le asignó un terreno, comprado de su peculio una casa y solar contiguos, que donó a la misma ermita, para que hubiese la necesaria capacidad.

Llevada a cabo la construcción, estableció allí el hospital con el título de Nuestra Señora de las Angustias, donde residía y cuidaba caritativamente a cuantos enfermos venían. Para no embarazar el proyecto de la fundación del convento, fabricó a su costa una casa de mampostería y tejas al costado de la iglesia Mayor y a ella trasladó en 1730, el hospital de Caridad.

Ocuparon entonces la ermita de Candelaria los frailes Hilario Quiñones y José Usaches, que vinieron a petición suya para ayudarlo en el ministerio espiritual, pues además de ser pocos los sacerdotes, había aumentado la feligresía. A estos religiosos los hospedó primero en la ermita del Buen Viaje y tanto en esta como en la Candelaria, los mantuvo siempre a sus expensas.

Establecido el hospital en la nueva casa, pasó su habitación a ella y recibió y cuidó a cuantos enfermos vinieron, hasta que el 27 de febrero de 1733, lo entregó al notario Jaramillo, que obtuvo título de Mayordomo y se destinó para la escuela una pieza de la misma casa.

Acometió la reconstrucción del templo de la iglesia Mayor, que era de paja, a pesar de los escasos recursos con que contaba. Para ello, vendió en 1724, un pequeño potrero y tejar que poseía. Consignó a favor de la obra la mayor parte de sus rentas y excitó mucho los sentimientos religiosos de sus convecinos, que no escasearon sus ofrendas para auxiliarle en la empresa.

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