jueves, 14 de enero de 2010

EL ÚLTIMO ESPARTANO, Rafael Pérez González.


Parroquia, Santa Clara, Villa Clara, 14 de enero del 2010 (FDC). El 9 de diciembre de 1845 nació en Santa Clara un niño, bautizado con los nombres de José Ramón Leocadio Bonachea, en la iglesia Mayor de la villa. Hijo legítimo de Don Juan Camilo Bonachea y Doña Gertrudis Hernández naturales y vecinos de esta. Gertrudis, murió cuando el niño contaba apenas dos años de edad.

Su padre, nacido, el 14 de julio de 1813, era recaudador de diezmos de la iglesia católica, oficio que heredó de su bisabuelo José Bonachea y Goicochea, el primer Bonachea que vino a Cuba y se estableció en Villa Clara. El estrato social del matrimonio Bonachea Hernández correspondió a la clase media acomodada.

Residían en una amplia casa de la calle Buenviaje, actual Rolando Pardo, entre las hoy llamadas Maceo y Parque, lugar donde nació José Ramón. Al quedar huérfano, quedó al cuidado de sus tías abuelas de la rama paterna, María de la Cruz y su hermana, que residían en una espaciosa casa de la calle del Carmen en la villa y eran conocidas como las beatas Bonachea.

Bajo esta tutela, realizó estudios primarios y tuvo entre otros profesores a la Maestra Nicolasa. Así la primera juventud del mismo se deslizó entre las enseñazas de maestros, con ideas avanzadas y el ambiente de una época de conspiraciones, ejecuciones y polémicas separatistas, además del dolor por la obligada separación de su padre, que sufrió el duro destierro.

En 1865, al cumplir 20 años, tuvo un incidente con oficiales españoles, lo cual motivó su inclinación para estudiar derecho. Como su familia no podía enviarlo a estudiar al extranjero o a una escuela superior deciden hacerlo a Puerto Príncipe (Camagüey), al lado de un abogado amigo, don Manuel Antonio Palacios, a la sazón juez de esa ciudad.

Trabajó como secretario del abogado camagüeyano, Don Ramón Zaldivar Castellanos, en cuya familia había un ambiente que favorecía a la rebelión. Se vinculó con la directiva de la logia Tínima, donde se realizaban reuniones conspirativas, allí conoció a Salvador Cisneros Betancourt, Ignacio Agramonte y Loynaz, Augusto y Napoleón Arango entre otros muchos.

Bonachea salió para la manigua desde la casa de Ramón Zaldivar, el 4 de noviembre de 1868. El hecho de que se alzara en armas en Camagüey, esta sustentado por una edición de la Gaceta de La Habana, del 19 de Octubre de 1869, en que se inserta la memoria de un testigo, donde se relacionan los jefes de la insurrección de Puerto Príncipe, en la cual aparece su nombre.

Participó en numerosas acciones de guerra tanto en Camagüey, Las Villas, Minas de Juan Rodríguez, Las Guásimas, El Naranjo, Marroquín, Chambas, Jatibonico y otras muchas. El 10 de febrero de 1898, se firmó por los representantes del Gobierno de Cuba en Armas, en el lugar conocido por El Zanjón, el tratado que ponía término a la Guerra de los Diez Años.

Al enterarse del pacto se encontraba en Camagüey, decidió oponerse a toda avenencia con el enemigo. Llevó a cabo La Protesta del Jarao u Hornos de Cal, un sitio ubicado al este de Sancti Spíritus, donde firmó la declaración en la que expuso las razones de su lucha y su no acuerdo con el Pacto del Zanjón, por catorce meses más prolongó la resistencia armada.

Agotadas las posibilidades de continuar la lucha y sin aceptar nada del enemigo, sólo el barco español que lo alejaría de su tierra amada, partió hacia el exilio en Jamaica, en el vapor Don Juan de Austria. No obstante, el 29 de noviembre de 1884, regresó desde la isla antillana a bordo de un vapor llamado, “El Roncador”, con sus hombres de confianza.

Fueron sorprendidos al desembarcar por la cañonera española Caridad. El 13 de enero de 1885, ingresan él y sus hombres en los calabozos del castillo del Morro de Santiago de Cuba. Allí permanecen hasta, el 10 de febrero y ese mismo día se les forma Consejo de Guerra integrados por oficiales de la Armada Española. Cinco de estos hombres fueron condenados a muerte.

Eran ellos, el general Ramón Leocadio Bonachea, el coronel Plutarco Estrada, el capitán Pedro Cestero, el teniente Cornelio José Oropesa y el práctico Bernardo Torres, a los demás prisión entre 12 y 17 años. La sentencia se cumplió en el patio de la fortaleza, el 7 de marzo de 1885. Así entraron a la historia por el martirio los que combatieron hasta el final de la Guerra Grande.

Fueron juzgados por un tribunal integrado por oficiales de la Armada, de la cual era jefe supremo el almirante Pascual Cervera. Esta misma flota española fue la que apresó numerosas expediciones, fusiló a muchos de sus integrantes y que tanto daño produjo a la causa de la independencia. A este militar español recientemente se le dedicó un monumento en nuestro país.

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