Santa Catalina, Santa Clara, Villa Clara, 3 de septiembre del 2009 (FDC). Con el desplome del Campo Socialista Europeo y el cambio mundial en la correlación de fuerzas, la dictadura que (des) gobierna a Cuba en la celebración del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), cedió terreno. Les ofreció la posibilidad a los creyentes de ser aceptados en sus filas.
En una fecha ahora tan lejana como fue, el 28 de diciembre del 1878, su eminencia el papa León XIII, en La Encíclica “Quod Apostolici”, aseguró en su párrafo # 9, algo que advierte “……los hijos de iglesia católica no den su nombre ni hagan favor ninguno a la detestable secta (socialista)”.
Cuando llega Pío XI, ya se había efectuado en el socialismo su división entre el bloque violento o comunista, tremendamente totalitario y el moderado, que conservó su denominación de socialista. La condena del papa al primero fue rotunda, en atención a sus dos principios: “La encarnizada lucha de clases y la total abolición de la propiedad privada”.
También condena dicha encíclica al comunismo, porque en el ejercicio del poder: “…es increíble y hasta monstruoso lo atroz e inhumano que se muestra”, encíclica Quadragésimo Annu, (112). La experiencia de lo antes expresado la tiene el pueblo de Cuba, en estos 50 años, de dominación totalitaria y persecución de los creyentes o desafectos.
Este mismo papa, fue el primero en darnos la exposición más adecuada, todavía no superada, sobre la verdadera esencia del comunismo en su encíclica “Divini Redemptoris” (DR), (60). Donde expresó: “El comunismo es intrínsecamente perverso, y no se puede admitir que colaboren con él en terreno alguno los que quieren salvar de la ruina la civilización…”
Basaba en la definición: “…al ser la persona humana, en el comunismo, una simple ruedecilla del engranaje total, niegan al individuo, para atribuirlos a la colectividad, todos los derechos naturales propios de la personalidad humana”, DR (10). Esta colectivización deshumaniza y cosifica a la sociedad que sufra tal sistema.
Por su parte Pío XII, redactó los Decretos Sobre el Comunismo, del 1ro de julio del 1949, en ellos ordenó: “prohíbo a los católicos afiliarse a los partidos comunistas o favorecer y editar, propagar o leer libros, periódicos, diarios u hojas que patrocinen la doctrina o la acción de los comunistas o escribir en ellos, con la consecuencia canónica de excomunión ipso facto”.
Juan XXIII, introdujo una distinción entre los distintos niveles del marxismo, en su encíclica “Pasem in Terris”, en la que expresa: “Entre las teorías filosóficas falsas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre y las corrientes de carácter económico y social, cultural o político…”.
Y continuo ese preclaro papa, tan odiado y no por gusto por los ideólogos del totalitarismo de izquierda: “…aunque tales corrientes tengan su origen impulso en tales teorías filosóficas (159), es posible “legitimar contactos de orden práctico” que sean realmente provechosos o se prevean que pueden llegar a serlo en el futuro (160)”.
Pablo VI, en la Carta Apostólica “Octogésima Adveniens” en atención preferente al marxismo totalitario, acotó: “El ejercicio colectivo de un poder político y económico bajo la dirección de un partido único que se considera-el sólo- expresión y garantía del bien de todos, arrebatando a los individuos y a los demás grupos toda posibilidad de iniciativa y de elección (33)”.
El fallecido y único visitante a Cuba Juan Pablo II, al indagar las causas del desmoronamiento del marxismo en su encíclica “Centesimus Annus”, menciona en primer lugar el totalitarismo de la doctrina: “la cual considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social (13)”.
Los obispos cubanos ante tal “apertura” llaman a meditar sobre la gravedad del asunto, pues esta filiación del creyente a un partido excluyente y ateo además de ser incoherente es en detrimento de la conciencia cristiana. El creyente que acepte ser miembro de dicho partido tendrá que responder a los intereses del mismo y no se puede servir bien a dos señores.
Como el PCC sigue con la conservación de su ateismo integral y la explicación de la realidad física, personal, social y política basada en los postulados del materialismo. Cosa que a un católico le es moralmente imposible pertenecer a dicho partido, sin perder por ello su identidad cristiana, así refiere la Carta Circular de los Obispos de Cuba, del 21 de noviembre de 1991.
En una fecha ahora tan lejana como fue, el 28 de diciembre del 1878, su eminencia el papa León XIII, en La Encíclica “Quod Apostolici”, aseguró en su párrafo # 9, algo que advierte “……los hijos de iglesia católica no den su nombre ni hagan favor ninguno a la detestable secta (socialista)”.
Cuando llega Pío XI, ya se había efectuado en el socialismo su división entre el bloque violento o comunista, tremendamente totalitario y el moderado, que conservó su denominación de socialista. La condena del papa al primero fue rotunda, en atención a sus dos principios: “La encarnizada lucha de clases y la total abolición de la propiedad privada”.
También condena dicha encíclica al comunismo, porque en el ejercicio del poder: “…es increíble y hasta monstruoso lo atroz e inhumano que se muestra”, encíclica Quadragésimo Annu, (112). La experiencia de lo antes expresado la tiene el pueblo de Cuba, en estos 50 años, de dominación totalitaria y persecución de los creyentes o desafectos.
Este mismo papa, fue el primero en darnos la exposición más adecuada, todavía no superada, sobre la verdadera esencia del comunismo en su encíclica “Divini Redemptoris” (DR), (60). Donde expresó: “El comunismo es intrínsecamente perverso, y no se puede admitir que colaboren con él en terreno alguno los que quieren salvar de la ruina la civilización…”
Basaba en la definición: “…al ser la persona humana, en el comunismo, una simple ruedecilla del engranaje total, niegan al individuo, para atribuirlos a la colectividad, todos los derechos naturales propios de la personalidad humana”, DR (10). Esta colectivización deshumaniza y cosifica a la sociedad que sufra tal sistema.
Por su parte Pío XII, redactó los Decretos Sobre el Comunismo, del 1ro de julio del 1949, en ellos ordenó: “prohíbo a los católicos afiliarse a los partidos comunistas o favorecer y editar, propagar o leer libros, periódicos, diarios u hojas que patrocinen la doctrina o la acción de los comunistas o escribir en ellos, con la consecuencia canónica de excomunión ipso facto”.
Juan XXIII, introdujo una distinción entre los distintos niveles del marxismo, en su encíclica “Pasem in Terris”, en la que expresa: “Entre las teorías filosóficas falsas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre y las corrientes de carácter económico y social, cultural o político…”.
Y continuo ese preclaro papa, tan odiado y no por gusto por los ideólogos del totalitarismo de izquierda: “…aunque tales corrientes tengan su origen impulso en tales teorías filosóficas (159), es posible “legitimar contactos de orden práctico” que sean realmente provechosos o se prevean que pueden llegar a serlo en el futuro (160)”.
Pablo VI, en la Carta Apostólica “Octogésima Adveniens” en atención preferente al marxismo totalitario, acotó: “El ejercicio colectivo de un poder político y económico bajo la dirección de un partido único que se considera-el sólo- expresión y garantía del bien de todos, arrebatando a los individuos y a los demás grupos toda posibilidad de iniciativa y de elección (33)”.
El fallecido y único visitante a Cuba Juan Pablo II, al indagar las causas del desmoronamiento del marxismo en su encíclica “Centesimus Annus”, menciona en primer lugar el totalitarismo de la doctrina: “la cual considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social (13)”.
Los obispos cubanos ante tal “apertura” llaman a meditar sobre la gravedad del asunto, pues esta filiación del creyente a un partido excluyente y ateo además de ser incoherente es en detrimento de la conciencia cristiana. El creyente que acepte ser miembro de dicho partido tendrá que responder a los intereses del mismo y no se puede servir bien a dos señores.
Como el PCC sigue con la conservación de su ateismo integral y la explicación de la realidad física, personal, social y política basada en los postulados del materialismo. Cosa que a un católico le es moralmente imposible pertenecer a dicho partido, sin perder por ello su identidad cristiana, así refiere la Carta Circular de los Obispos de Cuba, del 21 de noviembre de 1991.
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