jueves, 28 de mayo de 2009

EL PAN DE LA TIENDA, Rafael Pérez González.

Parroquia, Santa Clara, Villa Clara, 28 de mayo del 2009 (FDC). Antes del primero de enero de 1959 usted podía encontrar pan de muy buena calidad. En diferentes establecimientos a lo largo y ancho del país se podía degustar todo tipo de este alimento a disímiles precios, asequibles al cubano con cualquier ingreso, pues su valor era irrisorio.

Muchos clientes esperaban la horneada para comprar su pan acabadito de hacer y caliente, como por ejemplo en la panadería que todavía existe en San Miguel esquina Cuba, en Santa Clara. Allí era muy popular los panecillos a tres centavos y el publico lo solicitaba en forma sintética: ¡Dame tres de a tres!

Después del 59 las panaderías continuaron su trabajo, pero al terminarse la harina de pan procedente del imperio y ser sustituida por la de origen socialista, procedente de Europa Oriental. Se comenzó a culpar a la misma de la mala calidad del pan. Esta inició una caída vertiginosa de la cual nunca se ha podido recuperar.

Después de las intervenciones, la ofensiva revolucionaria y de la implantación Tarjeta de Racionamiento, el pan comenzó a entregarse a través de la misma. Usted tenía asegurado un pancito, pero ya no estaba caliente, ni tenía la calidad de los de antaño. En muchas ocasiones lo elaboran el día antes para venderlo al siguiente.

Al comenzar a regir en el país el llamado Poder Popular y sus Asambleas de Rendición de Cuentas, la calidad del pan ocupó uno de los primerísimos lugares en los quejas. Si se contara con estadísticas al respecto, seguro que el “pan” ocupó el primer lugar de los aquejados.

Hasta ahora las encolerizadas protestas contra el alimento por antonomasia, nunca se han podido resolver. Primero se culpó la harina socialista de ser la culpable por la particularidad de este. En los últimos años esta se ha comprado en Canadá y otros países capitalistas y si parafraseamos a Julio Iglesias: “El pan sigue igual”.

Después de la debacle del 90, el robo de los recursos estatales por parte de los empleados, como modo de “socializar aún más la economía”, hizo que la sal, azúcar y grasa comestibles destinados a la confección del pan pasaran al mercado subterráneo. Lo que ha agravado la ya deficiente calidad en función de poder sobrevivir.

Si pudiésemos instalar en una panadería una cámara de video oculta, podríamos realizar un film tragicómico. Muchos de los clientes que arriban tarjeta en mano a buscar su ración de solo 80 gramos. Los parroquianos le echan una mirada, que si pudiera traducirse no seria posible publicarla, por respetar la ética del periodismo.

Otros pican un pedacito que se lo meten en la boca y lo escupen, otros más moderados solo emiten una interjección que empieza con “c”. Los que no tienen familia en el extranjero o alguna “búsqueda” fuera del trabajo tienen que conformarse, pues no disponen de “fulas” para ir a comprarlo a la shopping.

Ante tanta desdicha gustativa, solo nos queda el consuelo que la calidad de nuestro pedacito de desayuno ha pasado al folklore nativo. Los actores cómicos, programas de televisión, teatro y todos aquellos que desean hacer humor a un auditorio, indefectiblemente apelan a la calidad del pan.

¿Qué sería de nuestros actuales bufos, si el pan se convirtiera de la noche a la mañana, de esa masa amorfa e insípida en un manjar exquisito? Perderíamos una fuente inagotable del humorismo criollo y los satíricos estarían desempleados Dada las circunstancias actuales, nos seguiremos riendo del pan “in saecula saeculorum”.

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