La Chirusa, Santa Clara, Villa Clara, 28 de mayo del 2009 (FDC). Los trastornos de dipsomanía en Cuba son el pan nuestro de cada día. A los especialistas en la materia, los correctores políticos solo les permiten decir por los medios de difusión, la ambigua frase: “El alcoholismo en nuestro país constituye un problema de salud”.
Psiquiatras, psicólogos, endocrinólogos, médicos internistas y otros profesionales, con desventajas enfrentan a este mal de etiología fisiológico-psíquico-social. Esta enfermedad afecta al correcto funcionamiento de las familias isleñas y por consiguiente desarrollo de los niños y adolescentes que se educan dentro de estas.
Las autoridades en el poder no dejan exponer los orígenes, de esta desmedida aparición de bebedores, con marcada adicción hacia el etanol. Dentro de la nomenclatura científica hay un “Zar Para el Estudio de las Adicciones Tóxicas”, el afortunado se nombra Ricardo González, quien es un psiquiatra de confianza política.
Dentro de los portadores de este mal, se distinguen dos generaciones bien definidas. La primera fluctúa entre los 60 y 40 años de edad, caracterizada por trastornos existenciales, tras participar en guerras de baja intensidad durante la “Guerra Fría”. En disímiles lugares como Angola, Etiopia, Nicaragua o Viet Nam.
El segundo segmento de alcoholizados cubanos son jóvenes desde los 35 hasta la edad de 12 años. El ex –decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, hoy exiliado en México, el Doctor en Ciencias Psicológicas Fernando González Rey conceptualizó como “La Generación Alcohólica del Periodo Especial”.
En la capital de la provincia de Villa Clara, que es el centro poblacional más habitado en la región central de la nación. Que es eje de confluencias viales esenciales para las comunicaciones humanas y como diría un viejo refrán en desuso: “Santa Clara es la llave terrestre para controlar a Cuba”.
Una clase alta de borrachos en la ciudad de Marta Abreu se dividen los gerentes y funcionarios de las empresas por divisas convertibles. Pasándose a diario por sus gargantas botellas de Arechabala, Guayabita del Pinar, Havana Club u Old Havana, las bebidas más caras, comercializadas entre 3 y 5 pesos convertibles.
Otros “curdas”, denominación popular de los alcohólicos, no se dan ese privilegio, por eso compran botellas de rones, con precios cercanos a los 60 pesos nacionales. De las marcas Decano, VC, Bocoy o Tunicú. Dicen los observadores que estos son quienes conforman la clase media de los alcoholizados patriotas.
Conceptualizada cual clase baja por “chuparle el rabo a la jutía”, otro modo de decir, bebedor empedernido. Estos ni acuden a los establecimientos estatales a adquirir sus bebidas, le compran a los destiladores etílicos fuera de la ley, que tienen montados sus serpentines improvisados en zonas fuera del ojo curioso de los muchos delatores.
Si con los nombres de estos alcoholes si se hiciera un tratado ensayístico respecto a sus orígenes, sería todo un best seller. Con calificativos tan llamativos como “Espérame en el Piso”, “Metralla”, “Mata Rata”, “Hueso de Tigre”, “Chispa de Tren”, “Rompe Estómago”, “Candela Brava”, “Bala Caliente” o “Cal Viva”.
Aquellos sitios en Santa Clara donde se reúnen a beber los alcohólicos, poseen nombres pintorescos como “La Cueva del Humo”, “La Embajada de Palo”, “La Carpa Sucia” o “El Túnel de los Sueños”. Son casas cuyos propietarios lo vendieron todo, ventas desesperadas para adquirir alcohol, sin importar que sea de la peor calidad.
Ir a un parque en la esquina de las calles Juan Bruno Zayas y Candelaria, frente a la funeraria “Santa Clara”, antigua “Camacho”, es ver la mayor degradación alcohólica. Allí ni llegan los censores gubernamentales, ellos no se alinean a bebida alguna, cualquiera les sirve, por eso lo nombran “El Parquecito de los No Alineados”.
Psiquiatras, psicólogos, endocrinólogos, médicos internistas y otros profesionales, con desventajas enfrentan a este mal de etiología fisiológico-psíquico-social. Esta enfermedad afecta al correcto funcionamiento de las familias isleñas y por consiguiente desarrollo de los niños y adolescentes que se educan dentro de estas.
Las autoridades en el poder no dejan exponer los orígenes, de esta desmedida aparición de bebedores, con marcada adicción hacia el etanol. Dentro de la nomenclatura científica hay un “Zar Para el Estudio de las Adicciones Tóxicas”, el afortunado se nombra Ricardo González, quien es un psiquiatra de confianza política.
Dentro de los portadores de este mal, se distinguen dos generaciones bien definidas. La primera fluctúa entre los 60 y 40 años de edad, caracterizada por trastornos existenciales, tras participar en guerras de baja intensidad durante la “Guerra Fría”. En disímiles lugares como Angola, Etiopia, Nicaragua o Viet Nam.
El segundo segmento de alcoholizados cubanos son jóvenes desde los 35 hasta la edad de 12 años. El ex –decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, hoy exiliado en México, el Doctor en Ciencias Psicológicas Fernando González Rey conceptualizó como “La Generación Alcohólica del Periodo Especial”.
En la capital de la provincia de Villa Clara, que es el centro poblacional más habitado en la región central de la nación. Que es eje de confluencias viales esenciales para las comunicaciones humanas y como diría un viejo refrán en desuso: “Santa Clara es la llave terrestre para controlar a Cuba”.
Una clase alta de borrachos en la ciudad de Marta Abreu se dividen los gerentes y funcionarios de las empresas por divisas convertibles. Pasándose a diario por sus gargantas botellas de Arechabala, Guayabita del Pinar, Havana Club u Old Havana, las bebidas más caras, comercializadas entre 3 y 5 pesos convertibles.
Otros “curdas”, denominación popular de los alcohólicos, no se dan ese privilegio, por eso compran botellas de rones, con precios cercanos a los 60 pesos nacionales. De las marcas Decano, VC, Bocoy o Tunicú. Dicen los observadores que estos son quienes conforman la clase media de los alcoholizados patriotas.
Conceptualizada cual clase baja por “chuparle el rabo a la jutía”, otro modo de decir, bebedor empedernido. Estos ni acuden a los establecimientos estatales a adquirir sus bebidas, le compran a los destiladores etílicos fuera de la ley, que tienen montados sus serpentines improvisados en zonas fuera del ojo curioso de los muchos delatores.
Si con los nombres de estos alcoholes si se hiciera un tratado ensayístico respecto a sus orígenes, sería todo un best seller. Con calificativos tan llamativos como “Espérame en el Piso”, “Metralla”, “Mata Rata”, “Hueso de Tigre”, “Chispa de Tren”, “Rompe Estómago”, “Candela Brava”, “Bala Caliente” o “Cal Viva”.
Aquellos sitios en Santa Clara donde se reúnen a beber los alcohólicos, poseen nombres pintorescos como “La Cueva del Humo”, “La Embajada de Palo”, “La Carpa Sucia” o “El Túnel de los Sueños”. Son casas cuyos propietarios lo vendieron todo, ventas desesperadas para adquirir alcohol, sin importar que sea de la peor calidad.
Ir a un parque en la esquina de las calles Juan Bruno Zayas y Candelaria, frente a la funeraria “Santa Clara”, antigua “Camacho”, es ver la mayor degradación alcohólica. Allí ni llegan los censores gubernamentales, ellos no se alinean a bebida alguna, cualquiera les sirve, por eso lo nombran “El Parquecito de los No Alineados”.
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