Parroquia, Santa Clara, Villa Clara, 14 de mayo del 2009 (FDC). En todos los países existen lugares para los que han llegado casi al término de su vida. La Cuba pre-revolucionaria, no era una excepción, aquellos eran llamados asilos de ancianos, tanto gubernamentales como patrocinados por instituciones fraternales o religiosas.
Al principio de la vorágine revolucionaria estos permanecieron incólumes, pero cuando se incentivo el proceso tendiente al socialismo. Aquellos que eran atendidos por patronatos cristianos o fraternos desaparecieron o fueron atendidos por estatalmente.
A fin de cuentas la Revolución se hizo con los humildes, por los humildes y para los humildes y estos centros debían cumplir su función social. Se debía considerar especialmente con los que habían laborado toda su vida y ahora merecían reposar en un ambiente sin privaciones materiales.
Las nuevas administraciones estatales debían utilizar los recursos que el estado ponía a disposición de estas personas, se esperaba de ellos una honradez meridiana y a toda prueba. Ya que estos insumos eran destinados a personas sin auxilio familiar alguno en la ancianidad.
Esa mentalidad del criollo se transformó lentamente a todo lo largo del proceso revolucionario. Con la nueva moral, “el hombre nuevo” vendría a sustituir a los viejos y tradicionales empleados de los asilos. Antes se decía “pobre…. pero honrado”, mientras ahora lo más importante para ocupar cualquier cargo es ser revolucionario.
Con el agravante de las escaseces materiales de todo tipo impuesta a los cubanos de a pie, el robo galopante o como se dice ahora en el argot popular “la resolvedera”. Quedarse con lo ajeno se ha convertido en el modus operandi de una gran mayoría de los cubanos y los ahora Hogares de Ancianos no están exentos de este mal.
Dentro de ellos los robos son muy sensibles para los internados, al depender para su subsistencia de lo que allí envía el estado para ellos. A estas personas les es casi imposible denunciar las irregularidades, debido a su estado de indefensión. Producto principalmente de su edad y la merma en sus facultades mentales.
Importante es señalar que para laborar en sitios como estos, se necesita también vocación además de una rara honradez a toda prueba. El lidiar con ancianos exige de los empleados que acometen este trabajo, una espiritualidad y una consagración que no todo el mundo tiene, que por solo percibir un salario es capaz de hacer.
Hasta ahora el estado no permite que estos centros puedan estar administrados por diferentes organizaciones religiosas y fraternales. Estas podrían disponer de personal calificado desde el punto de vista humano, religioso y vocacional, para atender a los que allí esperan por su partida definitiva de esta vida.
No solo lo material es necesario para atender a los que allí vegetan, se necesita mucho amor en el trato, fraternidad, humanismo y ternura. Estas conductas hacia los ancianos pueden ser las mejores medicinas para el alma de esos viejitos, porque no solo de pan vive el hombre.
Este tipo de “medicamentos-buenos sentimientos” son cruciales para una estancia feliz en este tipo de institución, antes de su partida definitiva del planeta y la época en que les tocó (sobre) vivir. Son afectos solo encontrados en personas capaces de sentirla dentro de sus corazones y cada día son unas rara avis.
Lo que Dios no sembró en el corazón de una persona, es algo imposible de obtener por las vías de lo material. Por mucho dinero que gane alguien que no lleve dentro de si este don, le seria imposible llevar a cabo la misión caritativa que demandan los inquilinos de los asilos de ancianos.
Si pudiésemos atisbar en el alma de los que allí moran, muchos de ellos sin familia que los atienda o quizás rechazados por las mismas. O aquellos que quedaron solos en el país, pudiésemos encontrarnos ante un rosario de calamidades digno de reblandecer las fibras del corazón más impío.
Un deseo al que aspiramos, es ver a esos centros ser administrados con honradez a toda prueba. Y llegue el día que allí reinen el cariño, la paz y la concordia, entre pacientes-residentes y los trabajadores. Para que se conviertan en la penúltima morada antes del adiós definitivo y la respetuosa como alegre despedida que todos merecemos
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