Parroquia, Santa Clara, Villa Clara, 28 de mayo del 2009 (FDC). Al triunfo revolucionario existía en La Habana, La Casa de Beneficencia destinada al amparo de los niños que por una causa u otra eran repudiados por sus progenitores. En el lugar que ocupaba la misma se encuentra hoy el hospital Hermanos Amejéiras.
Fue fundada por el obispo Fray Jerónimo Valdés en diciembre de 1794, con treinta y cuatro niñas. Erigida en un lugar campestre hacia el frente, por la calzada de San Lázaro ante la Batería de la Reina. Que luego cedió su sitio al Parque Maceo y al costado por la calzada de Belascoain hasta la calle Virtudes.
Allí, se adjudicaba al internado el apellido del pontífice, el cual de alguna forma estigmatizaba a su portador, pues era un símbolo de vergüenza en aquella sociedad. Denotaba este su procedencia, como por ejemplo el poeta cubano José de la Concepción Valdés (Plácido), quien fue uno de ellos.
En las postrimerías de la dictadura de Fulgencio Batista el lugar fue vendido al gobierno para erigir en su terreno el edificio del Banco Nacional. En ese sitio también se planificó un conjunto de inmuebles bancarios de inversionistas estadounidenses, para el desarrollo de la industria turística.
Con la Revolución se renovó la antigua Beneficencia, ya bajo modernas normas psicológicas y pedagógicas y resultó desplazada del marco urbano para el poblado de Ceiba del Agua. En los terrenos del otrora Instituto Cívico Militar y se nombro “Hogar Granma”.
La revolución debía traer a los cubanos una nueva vida, desde el punto de vista político, económico y social. Bien pronto La Beneficencia pasó a ser un símbolo del pasado, pues con el futuro prometedor que se avecinaba, entidades como ella eran anacrónicas en la sociedad (cuasi) perfecta que se pensaba construir.
Ahora la familia podía sustentarse y padres e hijos tendrían garantizado todo lo necesario. Era impensable enviar a uno de ellos a un centro de atención fuera del seno familiar. Esta sin lugar a dudas seria la célula que conformaría aquella renovada sociedad con sus “hombres nuevos”.
Pero la vida del criollo comenzó un lento cambio. La familia se escindió por la migración interna, Servicio Militar Obligatorio, planes de becas, escuelas en el campo y el éxodo a la diáspora. Hicieron que esta como núcleo primario perdiera su papel, como aquellas cenas navideñas con la reunión de todos, que quedaron en el olvido.
La introducción de las nuevas concepciones económicas: “de el estado dueño de todo”, las escaseces materiales y la nueva moral revolucionaria, aun sin definir, hizo que el delito echara raíces. Este se convirtió en cosa común, que el día de hoy se enseñorea en la sociedad, como un cáncer que ha hecho metástasis en todas las capas sociales.
Lo anterior unido a la cantidad de de prohibiciones y figuras delictivas de nuestra leyes, hacen que las cárceles cubanas hayan crecido proporcionalmente a los males sociales. Y se hallen esparcidas a todo lo largo y ancho del país, con una población penal que lejos de estabilizarse crece continuamente.
Cuando las sociedades enferman, esto implica divorcios, presos, crimen y ello redunda en la formación de los menores. Estos males sociales han obligado al estado a crear los Hogares de Amparo Filial, para atender a una población de infantes, que de no ser así, deambularían por las calles sin ninguna protección.
Esto resuelve el problema en parte, soluciona la mendicidad, falta de estudios, pero no la carencia de amor paternal. La no presencia de los padres y la familia para estos niños que crecen alimentados y con estudios, pero con un vacío sentimental, es algo imposible de suplantar. Pues el amor familiar es imposible obtenerlo por otras vías.
Seria maravilloso, como en el pasado siglo vimos desaparecer la otrora Casa de Beneficencia, a la llegada de una nueva aurora para los cubanos en 1959, podamos lo antes posible contemplar la desaparición de las Casas de Amparo Filial. Fundadas por aquellos que auguraron un mejor futuro social, pletórico de bienandanzas para todos.
Fue fundada por el obispo Fray Jerónimo Valdés en diciembre de 1794, con treinta y cuatro niñas. Erigida en un lugar campestre hacia el frente, por la calzada de San Lázaro ante la Batería de la Reina. Que luego cedió su sitio al Parque Maceo y al costado por la calzada de Belascoain hasta la calle Virtudes.
Allí, se adjudicaba al internado el apellido del pontífice, el cual de alguna forma estigmatizaba a su portador, pues era un símbolo de vergüenza en aquella sociedad. Denotaba este su procedencia, como por ejemplo el poeta cubano José de la Concepción Valdés (Plácido), quien fue uno de ellos.
En las postrimerías de la dictadura de Fulgencio Batista el lugar fue vendido al gobierno para erigir en su terreno el edificio del Banco Nacional. En ese sitio también se planificó un conjunto de inmuebles bancarios de inversionistas estadounidenses, para el desarrollo de la industria turística.
Con la Revolución se renovó la antigua Beneficencia, ya bajo modernas normas psicológicas y pedagógicas y resultó desplazada del marco urbano para el poblado de Ceiba del Agua. En los terrenos del otrora Instituto Cívico Militar y se nombro “Hogar Granma”.
La revolución debía traer a los cubanos una nueva vida, desde el punto de vista político, económico y social. Bien pronto La Beneficencia pasó a ser un símbolo del pasado, pues con el futuro prometedor que se avecinaba, entidades como ella eran anacrónicas en la sociedad (cuasi) perfecta que se pensaba construir.
Ahora la familia podía sustentarse y padres e hijos tendrían garantizado todo lo necesario. Era impensable enviar a uno de ellos a un centro de atención fuera del seno familiar. Esta sin lugar a dudas seria la célula que conformaría aquella renovada sociedad con sus “hombres nuevos”.
Pero la vida del criollo comenzó un lento cambio. La familia se escindió por la migración interna, Servicio Militar Obligatorio, planes de becas, escuelas en el campo y el éxodo a la diáspora. Hicieron que esta como núcleo primario perdiera su papel, como aquellas cenas navideñas con la reunión de todos, que quedaron en el olvido.
La introducción de las nuevas concepciones económicas: “de el estado dueño de todo”, las escaseces materiales y la nueva moral revolucionaria, aun sin definir, hizo que el delito echara raíces. Este se convirtió en cosa común, que el día de hoy se enseñorea en la sociedad, como un cáncer que ha hecho metástasis en todas las capas sociales.
Lo anterior unido a la cantidad de de prohibiciones y figuras delictivas de nuestra leyes, hacen que las cárceles cubanas hayan crecido proporcionalmente a los males sociales. Y se hallen esparcidas a todo lo largo y ancho del país, con una población penal que lejos de estabilizarse crece continuamente.
Cuando las sociedades enferman, esto implica divorcios, presos, crimen y ello redunda en la formación de los menores. Estos males sociales han obligado al estado a crear los Hogares de Amparo Filial, para atender a una población de infantes, que de no ser así, deambularían por las calles sin ninguna protección.
Esto resuelve el problema en parte, soluciona la mendicidad, falta de estudios, pero no la carencia de amor paternal. La no presencia de los padres y la familia para estos niños que crecen alimentados y con estudios, pero con un vacío sentimental, es algo imposible de suplantar. Pues el amor familiar es imposible obtenerlo por otras vías.
Seria maravilloso, como en el pasado siglo vimos desaparecer la otrora Casa de Beneficencia, a la llegada de una nueva aurora para los cubanos en 1959, podamos lo antes posible contemplar la desaparición de las Casas de Amparo Filial. Fundadas por aquellos que auguraron un mejor futuro social, pletórico de bienandanzas para todos.
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