Sakenaf, Santa Clara, Villa Clara, 14 de enero de 2010 (FDC). Durante el año 1959, el gobierno cubano creó varios organismos alrededor de la cultura. El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) fue uno de ellos, sin embargo, la estabilidad de dicha industria, por aquellos días, hace cuestionable la instauración de tal instituto.
Hoy, algunos críticos del tema niegan el vocablo “cine” a toda la obra hecha en Cuba, anterior a 1959, faltos de objetividad alegan para ello, sencillez en la forma y un burdo contenido. Total desacierto, pues realidad y hasta cierto punto compromiso, con temas genuinamente cubanos, fue el cine realizado en la isla, recién debutó este, en Los Capuchinos de Paris, en 1895.
Cuba, conoció de esta manifestación casi desde su propio nacimiento, apenas un año después, enero de 1897, de haberla patentado los hermanos Lumiére. El francés Gabriel Beyre, concibió en La Habana, las primeras proyecciones públicas del referido arte y en 1898, José E. Casasús, realizó el filme, “El Brujo Desapareciendo”.
Esta cinta, precursora de la cinematografía nacional, no le corresponde el título histórico de ser la primera rodada en el país. Pues, el 7 de febrero de 1897, Beyre rodó: “Simulacro de Incendio”, unas maniobras del Cuerpo de Bomberos de La Habana, considerada, a pesar de durar sólo un minuto, como la primicia de las películas cubanas.
Otro que llevó a la gran pantalla realidades sociales de aquella época, además de joyas de la literatura universal, fue Enrique Díaz Quesada. Padre del cine cubano y autor de una veintena de filmes, entre ellos: “Parque del Palatino”, “El Capitán Mambí”, “La Manigua”, así como del melodrama de ficción, “Juan José”, basado en un texto del dramaturgo español, Joaquín Dicenta.
El propio Díaz Quesada, dirigió, en 1913, el primer largometraje de factura nacional: “Manuel García, Rey de los Campos de Cuba”. Otra primacía, esta vez en el apartado de ficción ó fantástico, la ocupa Chas Prada, gerente de la Metropolitan Co., quien, en 1909, filmara, precisamente en territorio villareño: “La Leyenda del Charco del Guije”.
Ramón Peón, natural de La Habana, fue también una figura descollante dentro del selecto grupo de cineastas, anteriores a la Revolución cubana. Realizó 18 películas en Cuba, a él se le debe “La
Virgen de la Caridad”, de 1930, catalogada por el crítico francés George Sadoul: “…El mejor filme de Latinoamérica en aquel entonces”.
Muchos de estos guiones, fueron historias fácilmente asimiladas por las capas menos cultas de la población. Pues estaban dirigidos a un público, cuyo nivel de apreciación no le permitía, al igual a otros del área, percibir el discurso de grandes realizadores apoyados en ingeniosas metáforas, usadas en Europa por Bergman, Fellini, Buñuel o Welles en Estados Unidos.
Corría el año 1930, cuando el ámbito nacional conoció el final de la época silente, con 64 realizaciones desde el inicio. Concluía así, lo conocido como: “primer ciclo del cine cubano”, esta vez, el último de aquellos filmes mudos, fue: “El Caballero del Mar”, del realizador Jaime Gallardo.
En esa misma fecha, se estrenó el cine sonoro, que estuvo a cargo de otro destacadísimo director, además de basarse este, en un excelentísimo texto. A Ernesto Caparrós, el Griffith cubano, es a quien se le debe esta primicia al rodar: “La Serpiente Roja”, basándose en la obra homónima de Félix B. Caignet.
Al aparecer el sonido, la cinematografía criolla explotó principalmente: el folclor, el teatro bufo y los ambientes rurales, todos bien acogidos por los cinéfilos. Figuras como Enrique Arredondo, Rita Montaner: “La Única”, Alicia Rico, Blanquita Amaro, Leopoldo Fernández: “Tres Patines”, Aníbal de Mar, deleitaron al público hispano-parlante de los años 30, 40 y 50 del siglo XX.
Un batallar en la producción de películas caracterizó, también, los años posteriores al advenimiento del cine hablado. Prueba de ello es, la realización en esa época de unos cinco largometrajes anuales, la gran mayoría de estos, inclinados al género melodramático o musical, algunos de ellos, con insuficientes dotes artísticos.
Hoy, algunos críticos del tema niegan el vocablo “cine” a toda la obra hecha en Cuba, anterior a 1959, faltos de objetividad alegan para ello, sencillez en la forma y un burdo contenido. Total desacierto, pues realidad y hasta cierto punto compromiso, con temas genuinamente cubanos, fue el cine realizado en la isla, recién debutó este, en Los Capuchinos de Paris, en 1895.
Cuba, conoció de esta manifestación casi desde su propio nacimiento, apenas un año después, enero de 1897, de haberla patentado los hermanos Lumiére. El francés Gabriel Beyre, concibió en La Habana, las primeras proyecciones públicas del referido arte y en 1898, José E. Casasús, realizó el filme, “El Brujo Desapareciendo”.
Esta cinta, precursora de la cinematografía nacional, no le corresponde el título histórico de ser la primera rodada en el país. Pues, el 7 de febrero de 1897, Beyre rodó: “Simulacro de Incendio”, unas maniobras del Cuerpo de Bomberos de La Habana, considerada, a pesar de durar sólo un minuto, como la primicia de las películas cubanas.
Otro que llevó a la gran pantalla realidades sociales de aquella época, además de joyas de la literatura universal, fue Enrique Díaz Quesada. Padre del cine cubano y autor de una veintena de filmes, entre ellos: “Parque del Palatino”, “El Capitán Mambí”, “La Manigua”, así como del melodrama de ficción, “Juan José”, basado en un texto del dramaturgo español, Joaquín Dicenta.
El propio Díaz Quesada, dirigió, en 1913, el primer largometraje de factura nacional: “Manuel García, Rey de los Campos de Cuba”. Otra primacía, esta vez en el apartado de ficción ó fantástico, la ocupa Chas Prada, gerente de la Metropolitan Co., quien, en 1909, filmara, precisamente en territorio villareño: “La Leyenda del Charco del Guije”.
Ramón Peón, natural de La Habana, fue también una figura descollante dentro del selecto grupo de cineastas, anteriores a la Revolución cubana. Realizó 18 películas en Cuba, a él se le debe “La
Virgen de la Caridad”, de 1930, catalogada por el crítico francés George Sadoul: “…El mejor filme de Latinoamérica en aquel entonces”.
Muchos de estos guiones, fueron historias fácilmente asimiladas por las capas menos cultas de la población. Pues estaban dirigidos a un público, cuyo nivel de apreciación no le permitía, al igual a otros del área, percibir el discurso de grandes realizadores apoyados en ingeniosas metáforas, usadas en Europa por Bergman, Fellini, Buñuel o Welles en Estados Unidos.
Corría el año 1930, cuando el ámbito nacional conoció el final de la época silente, con 64 realizaciones desde el inicio. Concluía así, lo conocido como: “primer ciclo del cine cubano”, esta vez, el último de aquellos filmes mudos, fue: “El Caballero del Mar”, del realizador Jaime Gallardo.
En esa misma fecha, se estrenó el cine sonoro, que estuvo a cargo de otro destacadísimo director, además de basarse este, en un excelentísimo texto. A Ernesto Caparrós, el Griffith cubano, es a quien se le debe esta primicia al rodar: “La Serpiente Roja”, basándose en la obra homónima de Félix B. Caignet.
Al aparecer el sonido, la cinematografía criolla explotó principalmente: el folclor, el teatro bufo y los ambientes rurales, todos bien acogidos por los cinéfilos. Figuras como Enrique Arredondo, Rita Montaner: “La Única”, Alicia Rico, Blanquita Amaro, Leopoldo Fernández: “Tres Patines”, Aníbal de Mar, deleitaron al público hispano-parlante de los años 30, 40 y 50 del siglo XX.
Un batallar en la producción de películas caracterizó, también, los años posteriores al advenimiento del cine hablado. Prueba de ello es, la realización en esa época de unos cinco largometrajes anuales, la gran mayoría de estos, inclinados al género melodramático o musical, algunos de ellos, con insuficientes dotes artísticos.
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