viernes, 12 de febrero de 2010

EL LLANTO CON LA ALEGRÍA, Guillermo Fariñas Hernández.

La Chirusa, Santa Clara, Villa Clara, 21 de enero del 2010 (FCP). En aquella espaciosa sala del barrio Condado, un moderno equipo de televisión trasmitía el Noticiero Nacional de Televisión. El locutor Rafael Serrano, recordó con una voz grave, que ese preciso día hacía 30 años, había fallecido Celia Sánchez Manduley. Recordó el televidente, que su ahora alejada hija, lleva también ese nombre en su honor.

Moré, pensó en las ya pasadas escuelas al campo de su consanguínea Celia, el primer novio que pidió su mano y en especial, en cada fiesta de fin de curso, donde indefectiblemente le obsequiaba con las mejores calificaciones de su aula. Esto lo hacia olvidar su frustración, de no haber podido hacerse de un diploma universitario.

Su incondicionalidad por el castrismo, no le dejó tiempo para superarse. Primero fue la clandestinidad, a lo que siguió ascender a la Sierra Maestra, a continuación Playa Girón, la lucha contra los alzados, el Congo Belga con Che Guevara y Víctor Dreke. Tras regresar, La Zafra de los 10 millones, Angola, el Contingente Blas Roca y sin darse cuenta llegó la jubilación.

Tarde comprendió, que había subordinado su realización personal, a los logros de su única hija, la exclusiva heredera personal y sanguínea con que contaba en esta vida. Pero ella no era el ser humano soñado, por el contrario, su proyección era pragmática, equidistante, independiente y hasta demasiado liberal, para su gusto.

Aunque Celia se graduó como Doctora en Medicina Veterinaria, en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, pronto quedó claro, que ella se negaba a ejercer la profesión. Incursionó en casi todos los oficios conocidos, independientes del estado, que fueron desde hacerse costurera hasta artesana.

Él, es un cubano típico de piel negra, alto, desgarbado y con una incipiente calvicie, con sus 69 años. Desde hace un lustro, prefiere sentarse en la amplia sala de su recién remozada vivienda, e del barrio santaclareño. Allí ingiere bebidas alcohólicas y llora cuando se acercan La Navidad o el Año Nuevo, ante el retrato de su amada vástaga Celia, entre blancas nieves.

Nunca olvidará los ojos de su bebita junto a él, en el ya lejano 1978, a su regreso de Angola. Ella pasó más de un mes abrazada a su padre antes de dormirse, para que no se le volviera a perder. Todavía era demasiado chiquita para comprender el concepto de viaje y trataba de afianzarse a la reaparecida figura paterna.

Para qué recordar ahora, aquella bochornosa dinámica familiar con compañeros del Ministerio del Interior y Prevención Social del Poder Popular. Donde los funcionarios les presentaron pruebas, que su hija Celia en sus recurrentes viajes a La Habana y Varadero era una prostituta de extranjeros, sí, una de las socialmente estigmatizadas "jineteras".

Dejó de dormir con tranquilidad, tras esto vivía en una constante zozobra, su hija se negaba a curar animales. Su personalidad y motivación estaban volcadas a "enganchar" un extranjero, que pudiera sacarla de aquel infierno. Él, su padre, tenía cotidianas pesadillas con su detención y padecía premoniciones, donde sus huesos iban a dar a la cárcel, nombrada “Villa Delicias”.

En el año 2001, por fin la suerte sonrío a Celia y se casó con un italiano comerciante de clase media, que sólo poseía 12 años más que ella. Por las llamadas telefónicas y las fotos pudo saber, que su pequeña residía cerca de Milán y trabajaba finalmente en una granja vacuna, en lo que se había titulado.

Sin embargo, ahora no quería ni venir de visita a ver a sus padres, pues se avergonzaba de que ellos no supiesen interactuar civilizadamente, con personas del primer mundo. Tampoco quería que ni tan siquiera su madre fuera a visitarla allá, todo creía solucionarlo con el envió constante de muchos euros.

Otra lágrima salada corrió por el rostro de Moré y se introdujo en su boca. Entonces se bebió un buen trago de ron Havana Club, de 7 años de añejamiento, uno de los más caros. Para apagar el televisor Panasonic, un regalo del Día de los Padres y meditó, que la desvergüenza tenía sus compensaciones materiales, en su caso se mezclaba el llanto con la alegría.

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