Sakenaf, Santa Clara, Villa Clara, 28 de enero de 2010 (FCP). José Martí, líder de la última gesta emancipadora, contra el oprobio español, luce además, la doble condición de ser el más grande y universal de todos los cubanos. A la par, su corta existencia tuvo como escenario un constante peregrinar, por varios pueblos de la polícromática y perfumada geografía latinoamericana.
Como leve evocación, hoy 28 de enero, aniversario 157 de su natalicio, se ahondará en los dos meses vividos por él en La Española. Donde dejó seres inmortalizados, con el solo hecho de reseñarlos a través de su pluma, así mismo, apuntes de un viaje trascurrido entre Santo Domingo y Haití, en 1895, en el cual, las costumbres regionales florecieron por doquier.
Tras años de exilio, embarcó del helado y áspero New York, para arribar en pleno invierno, a la cálida isla. Esta se le abrió a sus ojos, pródiga de sol y fragancia como su campiña natal. El Apóstol, fatigado de aquella urbe de concreto, amante de la naturaleza con sentido religioso, reverdeció en el coloreado trópico.
Martí, en la travesía “De Montecristi a La Vega” oyó frases, que tildó de añejas o concisas e ilustró con una que habla de la arrogancia superflua y cruda del país: “Si me traen (regalos) me deprimen, pues soy el obsequiado”. Allí, recibir no era de hombres, en cambio, al final del axioma, está la sabiduría: “Si no me traen, tengo que matar las gallinas que empiezo a criar”.
Cual experimentado folclorista seleccionó lo fino y excelso de aquellos parajes, recogió de Arturo, un campesino, eterno portador de los males que aquejan al pueblo, esta abstracción: “¿Por qué si mi mujer tiene un muchacho, dicen que mi mujer parió y si la mujer de Jiménez (familia de Montecristi, famosa por sus riquezas) tiene el suyo, dicen que dio a luz?”.
No es nuevo en sus escritos el beber de la ciencia del pueblo. Es allí donde la prosa le conquista fuerza entre sutilezas y altanerías: “Don Jacinto, general y prohombre de perfil rapaz, dejó en una huída su mujer, confiada a un compadre, y se le dio a este, al volver lo supo y de un tiro de carabina le cerró los ojos al amigo infiel, ¡Y a ti adiós!: no te mato, porque eres mujer”.
En el párrafo anterior se observa como supo resumir en brevísimos cuadros, amplias perspectivas, donde el pincel abarcó el más mínimo detalle. Si el “perfil rapaz” usado por el cubano es sumamente escultórico, no existe empleo más hábil del verbo, que el de “cerrar” de un tiro los ojos, por donde entró la codicia de lo ajeno.
El paisaje entre Dajabón, última villa dominicana y Ouanaminthe, primera haitiana, logró en sus páginas, coloridas pinceladas. “Pisaban los caballos la campiña floreciente, coreada de montes a lo lejos, donde el mango estaba en flor, el naranjo maduro y el coco, corvo del peso, el seibo, abierto los brazos al alto cielo y la palma real, y a un arroyo asomados caimitos y guanábanas...”.
Como leve evocación, hoy 28 de enero, aniversario 157 de su natalicio, se ahondará en los dos meses vividos por él en La Española. Donde dejó seres inmortalizados, con el solo hecho de reseñarlos a través de su pluma, así mismo, apuntes de un viaje trascurrido entre Santo Domingo y Haití, en 1895, en el cual, las costumbres regionales florecieron por doquier.
Tras años de exilio, embarcó del helado y áspero New York, para arribar en pleno invierno, a la cálida isla. Esta se le abrió a sus ojos, pródiga de sol y fragancia como su campiña natal. El Apóstol, fatigado de aquella urbe de concreto, amante de la naturaleza con sentido religioso, reverdeció en el coloreado trópico.
Martí, en la travesía “De Montecristi a La Vega” oyó frases, que tildó de añejas o concisas e ilustró con una que habla de la arrogancia superflua y cruda del país: “Si me traen (regalos) me deprimen, pues soy el obsequiado”. Allí, recibir no era de hombres, en cambio, al final del axioma, está la sabiduría: “Si no me traen, tengo que matar las gallinas que empiezo a criar”.
Cual experimentado folclorista seleccionó lo fino y excelso de aquellos parajes, recogió de Arturo, un campesino, eterno portador de los males que aquejan al pueblo, esta abstracción: “¿Por qué si mi mujer tiene un muchacho, dicen que mi mujer parió y si la mujer de Jiménez (familia de Montecristi, famosa por sus riquezas) tiene el suyo, dicen que dio a luz?”.
No es nuevo en sus escritos el beber de la ciencia del pueblo. Es allí donde la prosa le conquista fuerza entre sutilezas y altanerías: “Don Jacinto, general y prohombre de perfil rapaz, dejó en una huída su mujer, confiada a un compadre, y se le dio a este, al volver lo supo y de un tiro de carabina le cerró los ojos al amigo infiel, ¡Y a ti adiós!: no te mato, porque eres mujer”.
En el párrafo anterior se observa como supo resumir en brevísimos cuadros, amplias perspectivas, donde el pincel abarcó el más mínimo detalle. Si el “perfil rapaz” usado por el cubano es sumamente escultórico, no existe empleo más hábil del verbo, que el de “cerrar” de un tiro los ojos, por donde entró la codicia de lo ajeno.
El paisaje entre Dajabón, última villa dominicana y Ouanaminthe, primera haitiana, logró en sus páginas, coloridas pinceladas. “Pisaban los caballos la campiña floreciente, coreada de montes a lo lejos, donde el mango estaba en flor, el naranjo maduro y el coco, corvo del peso, el seibo, abierto los brazos al alto cielo y la palma real, y a un arroyo asomados caimitos y guanábanas...”.
Cuando dibuja una escena, la describe con tal realismo, que esta se torna inolvidable, como la que percibió entonces en Ouanaminthe. “Un cuarto de guardia, ahumado y fangoso, con teas por luz, un fusil viejo cruzado en la puerta, hombres mugrientos y descalzos, dando fumadas en el tabaco único del centinela y la silla rota que por especial favor me dieron, cercada de oyentes”.
De idéntica manera al reseñar un oriundo, lo detalla tan aparente como al entorno mismo, que le abraza. “De pié, a las rodillas el calzón, por los muslos la camisola abierto al pecho, los brazos en cruz alta, la cabeza aguileña de pera y bigote, tocada del yarey, aparece impasible, con la mar a las plantas y el cielo por fondo, un negro haitiano”.
Los últimos días de este viaje los pasó en Cabo Haitiano, donde con un hecho redescubrió su universalidad. “Envié a Tom, negro leal, con un doblés de papel en que pido libros, para escoger, a la librería de la esquina, le doy un billete de dos pesos, a que lo guarde en rehenes, mientras escojo.-Y el librero, caballero negro de Haití, me manda los libros,- y los dos pesos”.
Es difícil abreviar el último viaje por Las Antillas, del cubano más avanzado de todos los tiempos, sin aludir su patria. Hogar suyo, que sufre aún, ahora, bajo la bota déspota de uno de sus hijos. Así mismo, Martí, su ideal y continuo exilio, guían a los cubanos: “El hombre ama la libertad, aunque no sepa que la ama, y anda empujado de ella y huyendo de donde no la halla”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario