Santa Catalina, Santa Clara, Villa Clara, 28 de enero del 2010, (FCP). A pesar del deseo de Nuestro Señor Jesucristo y su ruego al Padre: “Para que todos los que han de creer en Él, sean uno, para que el mundo crea” (Jn 17, 20-21). Desde los mismos tiempos de los Apóstoles, estas divisiones comenzaron a pesar de sus advertencias y las de discípulos que compartieron con el Señor o con la predicación apostólica (Tt 3, 9-10).
Aclara explícitamente San Pablo, en Gálatas (5, 20) que: “toda división es fruto del pecado: las disensiones (cismas) y las herejías”, así como también, en 1ra de Timoteo (4,1) se advierte sobre la apostasía. Todas ellas sobrevenidas a la única Iglesia de Cristo, han ocurrido por culpa de los hombres de ambas partes.
La apostasía es el rechazo de la fe cristiana, después de aceptada. El cisma, es la separación de la Iglesia por asuntos de dirección, sin daño a la Fe trasmitida por los Apóstoles, sin embargo la herejía es la negación pertinaz, de algunas de las verdades reveladas y su imposición, de manera dogmática.
Según el sacerdote y periodista, José Luís Martín Descalzo: “Lo malo de los dogmatismos no es que defiendan con pasión una determinada idea (esto hasta me parece bueno); lo malo es que empiezan defendiendo sus ideas y pasan a defender sus maneras personales de formularlas o entender esas ideas…”
Y continuaba el español Martín Descalzo: “…empiezan luego a confundir sus ideas con sus manías y terminan finalmente obligando a todo el mundo a aceptar ideas, formas y manías personales, todo junto”. Recuérdese las divisiones entre Lutero y sus seguidores Melanchthon y Zuinglio, en qué terminaron.
Al faltar el amor, ponen sus intereses personales por encima de la voluntad de Cristo y han provocado el escándalo de la división, al que empeoran cuando se reprochan unos a otros, lo que motiva indiferencias y críticas entre los no creyentes. Olvidan así, las palabras del Señor Jesús a sus Apóstoles en (Lc 9, 49-50), “el que no está contra nosotros, con nosotros está”.
Si Cristo es la cabeza y su cuerpo la Iglesia, trátense con amor, porque ¿Acaso está Dividido Cristo? (1ra Cor 1, 13). Hay un solo Señor, una sola Fe, un solo Dios y Padre y una sola Iglesia, salida de su costado el Primer Viernes Santo de la historia y confirmada por el Espíritu Santo, el día de Pentecostés.
“En la Iglesia estamos entendiendo ahora, ¡con cinco siglos de retraso!, que las doctrinas de Lutero estaban menos lejos de las católicas de lo que se creyeron hace quinientos años y de lo que habíamos creído. Y es que la polémica multiplica las diferencias en la misma proporción en que el amor las acorta y rebaja”, J. L. Martín D.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC): “Los que nacen hoy en las comunidades surgidas de tales rupturas, instruidos en la fe en Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación, justificados por la fe y el bautismo, forman parte de la Iglesia de Cristo, con todo derecho, se honran con el nombre de cristianos”.
Aclara explícitamente San Pablo, en Gálatas (5, 20) que: “toda división es fruto del pecado: las disensiones (cismas) y las herejías”, así como también, en 1ra de Timoteo (4,1) se advierte sobre la apostasía. Todas ellas sobrevenidas a la única Iglesia de Cristo, han ocurrido por culpa de los hombres de ambas partes.
La apostasía es el rechazo de la fe cristiana, después de aceptada. El cisma, es la separación de la Iglesia por asuntos de dirección, sin daño a la Fe trasmitida por los Apóstoles, sin embargo la herejía es la negación pertinaz, de algunas de las verdades reveladas y su imposición, de manera dogmática.
Según el sacerdote y periodista, José Luís Martín Descalzo: “Lo malo de los dogmatismos no es que defiendan con pasión una determinada idea (esto hasta me parece bueno); lo malo es que empiezan defendiendo sus ideas y pasan a defender sus maneras personales de formularlas o entender esas ideas…”
Y continuaba el español Martín Descalzo: “…empiezan luego a confundir sus ideas con sus manías y terminan finalmente obligando a todo el mundo a aceptar ideas, formas y manías personales, todo junto”. Recuérdese las divisiones entre Lutero y sus seguidores Melanchthon y Zuinglio, en qué terminaron.
Al faltar el amor, ponen sus intereses personales por encima de la voluntad de Cristo y han provocado el escándalo de la división, al que empeoran cuando se reprochan unos a otros, lo que motiva indiferencias y críticas entre los no creyentes. Olvidan así, las palabras del Señor Jesús a sus Apóstoles en (Lc 9, 49-50), “el que no está contra nosotros, con nosotros está”.
Si Cristo es la cabeza y su cuerpo la Iglesia, trátense con amor, porque ¿Acaso está Dividido Cristo? (1ra Cor 1, 13). Hay un solo Señor, una sola Fe, un solo Dios y Padre y una sola Iglesia, salida de su costado el Primer Viernes Santo de la historia y confirmada por el Espíritu Santo, el día de Pentecostés.
“En la Iglesia estamos entendiendo ahora, ¡con cinco siglos de retraso!, que las doctrinas de Lutero estaban menos lejos de las católicas de lo que se creyeron hace quinientos años y de lo que habíamos creído. Y es que la polémica multiplica las diferencias en la misma proporción en que el amor las acorta y rebaja”, J. L. Martín D.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC): “Los que nacen hoy en las comunidades surgidas de tales rupturas, instruidos en la fe en Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación, justificados por la fe y el bautismo, forman parte de la Iglesia de Cristo, con todo derecho, se honran con el nombre de cristianos”.
“A derecha e izquierda del amor surgen los inquisidores. Y muchos que creen combatir el dogmatismo, terminan ellos mismos por ser dogmáticos de distinto color”. “A mi me encanta la gente que ama, aunque yo no comparta sus ideas. Porque sé que el amor es la única carta que llega siempre a su destino, aunque tenga la dirección equivocada”, planteaba Martín Descalzo.
Decía también en su libro “Razones para la esperanza”, que: “En cambio, la verdad sin amor, por muy verdad que sea, pronto se convertirá en una espada, en una trágala, en un aceite de ricino, en una caricatura de la verdad”. Para los cristianos la única verdad es Cristo, que vino a revelarnos a Dios, que es AMOR, Uno y Trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo).
Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia católica, con un gesto de buena voluntad y de amor se acercó hacia todos los que creen en Cristo como su único Señor y Salvador, que por su muerte y resurrección han recibido la redención, el perdón de los pecados. Abandonó definitivamente el término despectivo de “protestantes”, sustituyéndolo por el de Hermanos Separados.
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