viernes, 12 de febrero de 2010

EXPEDICION DE EL SALVADOR, Rafael Pérez González.


Parroquia, Santa Cara, Villa Cara, 4 de febrero de 2009 (FCP). En las guerras por nuestra independencia, las expediciones tuvieron un papel muy importante, pues abastecían a los patriotas que peleaban en la manigua, de armas, pertrechos y todo lo que pudieran necesitar en su lucha. Pero muchas de ellas, desgraciadamente para su causa, terminaron en un desastre, como fue, la poco conocida, del vapor El Salvador.

La segunda expedición de este, semeja más bien una página arrancada de una novela impresionante, que de la serena realidad de un hecho histórico. Ya este buque al comenzar la Guerra de los 10 Años, había servido como eficaz auxiliar de la causa independentista, al traer hacia playas cubanas, hombres y pertrechos de guerra.

Este, había sido adquirido por 900 pesos, no era más que un recuerdo del pasado, un objeto casi inservible y solo por el patriotismo de Eduardo Toray, Joaquín Pizano, Pascual Osorio, Eduardo Botella, Jackson y otros abnegados patriotas, hicieron posible su utilización y se sometieron al riesgo de navegar en él.

En el viaje de prueba, por la bahía de Nassau, quedaron satisfechos y prestos a realizar la travesía y llegar a Cuba. En agosto de 1870, partieron de allí, con destino a la República de Santo Domingo. Llevaban cargamento bélico y no más de 40 expedicionarios. EI jefe de la expedición era el intrépido coronel, Fernando López de Queralta.

El económico fue Juan Osorio, como piloto se nombró un inglés, a quien se juzgó de suficiente experiencia y valor para el oficio. En alta mar, al romper el sobre de instrucciones de la Junta Revolucionaria, en el mismo, se le ordenaba acercarse a un puerto de la costa sur de Las Villas, cercano a Trinidad, donde debería esperarlo el General Federico Cavada.

Había enviado este a Nassau dos de sus prácticos: Vicente Jiménez y José Caridad Carpio. Atravesaron el Paso de los Vientos y entraron en aguas del Estrecho de Colón. El piloto inglés, a quien se le consideraba osado y temerario, comenzó a dar pruebas de un gran decaimiento de ánimo, al juzgar inevitable un próximo fracaso.

Era una ardua tarea para aquel buque, cubierto de remiendos, el cual hizo un esfuerzo supremo en los últimos días de su existencia. El capitán inglés, pretendió dirigirse hacia la costa de Jamaica, para reparar allí las averías sufridas en el trayecto y después cubrir la etapa final de la ruta indicada. Esta demanda del británico provocó una asamblea a bordo.

Esta no pudo terminar, porque aquellos valientes comenzaron a gritar enardecidos: “fuera, eso es miedo, que arree, o llegamos a Cuba o nos vamos al abismo en el barco”. La expedición continuó la ruta hacia la costa cubana y al cumplirse el octavo día de navegación, ya se encontraban en aguas de la jurisdicción de Trinidad.

Se esperó la noche para el desembarco, pues era necesario esperar las señales que hicieran desde tierra, los hermanos desde el campo rebelde, hubo momentos de verdadera angustia, pasaron las horas, esperándose en vano las anheladas señales del puerto, hasta que al fin, muy avanzada la noche se divisaron resplandores.

Contestaron los expedicionarios, con un farol izado en el palo trinquete. Se acercaron más a la costa, y al comenzar la madrugada, en un bote se dirigieron Pepe Botella y Caridad Carpio a darle aviso al campamento cubano. Pero cual no sería la sorpresa al contemplar las casuchas del puerto de Casilda.

Al venírseles encima el enemigo, el capitán con 16 tripulantes saltaron a los botes y remaron mar afuera, los demás, se refugiaron en los manglares que quedaban enfrente. Los patriotas enmudecieron, al ver cómo el enemigo ocupaba el barco y caían en sus manos, los pertrechos que con tantos esfuerzos, adquirieron sus compatriotas, en tierras extranjeras.

Aquellos 17 tripulantes que se lanzaron mar afuera, cayeron en poder del enemigo, de los que se internaron en tierra, fueron hechos prisioneros Andrés Pimentel y Vicente Rodríguez Pérez, que fueron fusilados en el lugar conocido por La Mano del Negro en Trinidad. Pepe Botella y Caridad Carpio lograron llegar a un campamento cubano.

Los demás expedicionarios pudieron ganar las montañas de Trinidad. La catástrofe de “El Salvador”, como mudo recuerdo histórico, parece flotar aun sobre las aguas de la bahía de Casilda. Deberán recordarse siempre, con la devoción que inspiran estas grandes empresas, que como única recompensa, recibieron sólo el gran placer de morir en defensa de la Patria.

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