La Ceiba, Camajuaní, Villa Clara, 6 de agosto del 2009 (FDC). El 18 de marzo del 2003, debo confesarlo, perdí los últimos vestigios de mi inocencia e ingenuidad política, a contrasentido de cualquier lógica, o tal vez actuando dentro de sus patrones habituales, el régimen cubano lanzó una ola represiva de alcance nacional donde en menos de 72 horas, arrestó a 75 miembros de los grupos prodemocráticos y de la incipiente sociedad civil alternativa cubana y en juicios sumarios los condenó apelando a la engavetada hasta entonces Ley 88: “De la protección de la independencia nacional y la economía de Cuba”, una aberración jurídica rebautizada por la oposición democrática como “Ley mordaza”, a condenas que oscilaron entre los 6 y los 28 años de privación de libertad.
¿Qué motivó tan temeraria medida? Desafiando un contexto internacional desfavorable y valorando desde una perspectiva realista, que los embrionarios segmentos prodemocráticos no representaban un peligro inmediato capaz de revertir los mecanismos de control social que erosionados, todavía son efectivos para mantener el esquema de “tolerancia represiva” que hasta la fecha aplicaban reconfigurando el concepto de Marcuse a la realidad cubana, donde los opositores, disidentes y sujetos contestatarios padecen de manera directa o inducida de hostigamiento, persecución y neutralización sin tener que apelar al encarcelamiento de manera masiva como se aplicó el 18 de marzo, teniendo en cuenta los “problemas colaterales” que significa esa practica en el ámbito internacional actual.
A mi juicio la ecuación costo-beneficio asumida por el régimen, valoró en primer lugar y al margen de otras consideraciones, priorizar el control dentro del país, “el liderazgo cubano” sabe sopesar sus dilemas y conoce el alcance de sus acciones, son demasiados años en el poder, en su ejercicio aplica una sola lógica: la que emana de la sustentación del mismo, en ese sentido el régimen es sensible y previsor, la amenaza potencial y latente que representan estos núcleos alternativos y prodemocráticos junto a su creciente reconocimiento e incidencia internacional es un desafío que no podía soportar por más tiempo esa lógica.
La ola represiva iniciada el 18 de marzo, fue sobre todo una suerte de muro de contención para evitar la extensión y profundización del accionar de los núcleos contestarios dentro del complejo panorama de la sociedad cubana; esa polis paralela en ciernes, para utilizar la metáfora de Vaclav Brenda, comenzaba a pesar de la infinidad de avatares que la rodea a hacerse visible ante el cubano de a pie -reacuérdese el impacto y acogida del Proyecto Varela- todavía no representaba ni representa una alternativa real de cambio, pero sí un elemento ascendente a tener en cuenta con su presencia cotidiana y extensiva en toda la geografía insular, además de su proyección de futuro; lo que a mi juicio motivó romper el esquema de “tolerancia represiva” y pasar a tratar con tal intensa represión, de quebrantar y debilitar las estructuras embrionarias prodemocráticas.
Una evaluación objetiva de la situación de los grupos prodemocráticos, pos 18 de marzo, nos sugiere que esa fecha constituye en el corto y mediano plazo un punto de inflexión en su accionar, las organizaciones debilitadas comienzan a hacer una lectura profunda de la situación y articular esbozos de su reactivación en una situación interna desfavorable, con casi la mayoría de su liderazgo tanto nacional como regional en prisión y congelados parcialmente por el momento, los espacios de participación social conquistados en los últimos años.
Considero que el sujeto de cambio fundamental de la sociedad cubana, es y serán sin caer en visiones esquemáticas y deterministas, los grupos prodemocráticos y la sociedad civil incipiente que comienzan a buscar oxígeno en la atmósfera fuertemente contaminada del totalitarismo y las alianzas estratégicas que sean estas entidades capaces de forjar con elementos moderados y reformistas que deben estar haciendo una lectura heterodoxa de la situación, sacando cálculos objetivos donde poder reimaginarse en nuevos y cambiantes contextos; no se puede obviar el factor externo que considero importante, encabezado por un influyente exilio, legitimado hoy más que nunca, con una capacidad de cabildeo internacional insospechada que rebasa con creces los tradicionales marcos del Congreso de la Unión Americana y con una visión cada vez más en sintonía y en cooperación permanente con sus colegas dentro de Cuba, pero como subraya Samuel Huntigton en sus análisis sobre las transiciones democráticas, el factor externo en estos procesos tienen sus límites y debe traducirse en última instancia de un modo u otro en evento de incidencia dentro del país.
El escenario se presenta complejo por la tozudez del poder de mantener el status quo, las posibilidades inmediatas de las entidades prodemocráticas se han visto minimizadas por el cóctel punitivo puesto en practica de manera temeraria por el régimen, nos demuestra que al margen de enfoques voluntaristas y parafraseando a Rafael Rojas debemos dotarnos del “Arte de la conquista”, el régimen no otorgará nada, solo lo que seamos capaces de conquistar con nuestro trabajo audaz, inteligente, creativo y cotidiano. El panorama es difícil, pero la vida, como manifiesta ese inagotable filosofo español nombrado Ortega y Gasset: “consiste en dificultad. Su modo de ser, es formalmente ser difícil.”
Con esa percepción un poco vitalista si el uso no resulta un atrevimiento, me propongo analizar algunas de las aristas de lo que a mi juicio debe ser una lectura crítica de las posibilidades como agente y soporte de cambio de las organizaciones prodemocráticas pos 18 de marzo, este esbozo debe partir valorando un diagnóstico contextual de algunos de los puntos básicos de esa extraña y radical realidad que es la sociedad cubana, para seguir utilizando un tono ortegueano.
En algunas ocasiones dialogando con colegas sobre estos temas tan puntuales, he subrayado la necesidad de imprimir a nuestras observaciones de la realidad cubana dimensiones sociológicas, es decir tratar de desentrañar esos impulsos vitales donde se articula la vida de la Cuba profunda, donde emanan las pasiones, metas, frustraciones, proyectos y motivaciones, esa Cuba no oficial y recurrente, contradictoria y pluralista al margen del cliché y los estereotipos, conectada con sueños y experiencias múltiples, ese quehacer que con su ritmo cotidiano entre congruencias e incongruencias va estructurando la vida.
En esa dirección la inmensa mayoría de la población cubana vive sumergida en una cultura de supervivencia, sobrevivir con altas dosis de creatividad en un medio con dinámicas complejas es la primera gran meta, el proyecto básico y en ocasiones único de cualquier mortal que habite esta isla donde según Zoe Valdez: “…trataron de edificar el paraíso”, esa es una perspectiva que no se puede perder de vista, es la respuesta de los cubanos a sus realidades inmediatas, desconocer estos presupuestos, sus consecuencias y manifestaciones nos pueden llevar a articular discursos sin sustancias contextuales y lo que es peor aún, desconocer su potencial y mayoritario auditorio.
Diseñar una estrategia en las condiciones actuales y partiendo de un diagnóstico puntual de la situación cubana, puede convertirse en un ejercicio complejo donde se deben valorar una multiplicidad de variables e infinidad de factores de diferente naturaleza tanto domésticos como internacionales, en esencia las tareas fundamentales y básicas que a grandes rasgos son medulares en la actualidad para las entidades prodemocráticas es convertirse en movimientos sociales capaces de interpretar las dinámicas profundas de la sociedad, para articular discursos no para hombres abstractos, sino a los seres concretos que viven sus diferentes experiencias vitales condicionadas por una cultura de supervivencia.
Un elemento que se debe subrayar es la carencia de un criterio de lo político condicionado por un sentido crítico de la responsabilidad social, en nuestra cultura existe una tradición -que el castrismo ha reforzado con sus praxis- de presentar la política de manera peyorativa, un ejercicio que no es gratificante, con una visión negativa e incluso asqueante de la misma y que en ocasiones puede ser extremadamente peligrosa, el castrismo podemos definirlo como la saturación de lo político en el ámbito de sus esencias y prácticas totalitarias, llevando a los individuos –no ciudadanos- a habitar el universo de lo no político o del fin de la política en el sentido genuino de su connotación, y el desdeño al debate en el espacio público por estar atrapados en las insustanciales redes del escepticismo, la frustración social, el conformismo y la pasividad.
Desentrañar los elementos articuladores de esa cultura orientada a la supervivencia, donde vive sumergida la inmensa mayoría de la población cubana nos propone valorar los mecanismos de “transacciones cotidianas” como los describe Néstor García Canclini en su ensayo “Cultura y poder,¿dónde está la investigación?” como una red de intercambio, préstamo, condicionamiento, que los individuos realizan con las estructuras de poder, una suerte de proyecto de sobrevivencia personal que denota la manera transaccional de enfrentar las circunstancias, buscando soluciones intermedias que suponen no trascender ni cuestionar los límites establecidos por el poder. Un círculo vicioso de mecanismos defensivos que mediatiza la acción de “impugnación y resistencia”, por el reacomodo circunstancial y adaptación que en última instancia reproduce el poder y sus esquemas de dominación.
En este contexto y sin pretender concebir un manual de fórmulas preestablecidas, se debe tener una perspectiva multidireccional; diseñar una estrategia sociocultural con una visión comunitaria y regional del trabajo, que en primer lugar debe estar dirigida a la potenciación de una cultura cívica en el interior de las estructuras comunitarias formales e informales en el entorno de los grupos prodemocráticos que serían el sustento proteico de la futura sociedad civil cubana, asumida como la describe Vladimir Tismaneanú: “Una alternativa al dominio de la existencia humana por parte de la razón burocrática instrumental... como una forma antipolítica de acción política”.
Tomás Estrada Palma intuyó hace más de cien años que el problema clave de la futura república sería nuestra carencia de identidad ciudadana y en esa dirección de repensar y conformar esa identidad se debe dirigir todo nuestro esfuerzo presente y futuro, sin ciudadanos e instituciones no habitaremos el complejo espacio de la democracia, es un dilema atávico que debemos resolver y solo llegaremos a ser verdaderos ciudadanos a través de lo político –que tan satanizado ha estado y está en nuestra tradición cultural- y la constitución de un estado de derecho; en nuestras circunstancias actuales, en el ámbito de la sociedad civil primero debemos forjar los radios de identificación y confianza en las comunidades, tarea titánica en los marcos de un estado totalitario, para luego en la esfera de la política construir otros tipos de comunidades electivas.
Tengamos presente como un axioma, que sin bases y redes sociales no puede haber movilización social, ¿cómo poder neutralizar los mecanismos represivos sin extender nuestra influencia y presencia en la sociedad? El reto es inmenso, las circunstancias difíciles y desafiantes, las estrategias deben ser múltiples y focalizadas a la construcción de un contrapoder que se reapropie escalonada y gradualmente del espacio publico, reinvente la política como un nuevo sentido libertario y participativo y redefina los criterios de solidaridad en los ámbitos de las comunidades formales e informales.
Vivimos un tiempo difícil, pero la vida, como decía al principio de este trabajo, es difícil por naturaleza, porque es realización, nuestra principal tarea debe ser conectar el descontento y la frustración de la población con los modos alternativos de expresión en el espacio público y superar los círculos viciosos de las transacciones.
Sobrevivimos un tiempo de tránsito y como ilustraron en ocasión del mensaje de jubileo del año 2000, los obispos católicos cubanos escribieron: “Todo tránsito comienza con algo que está muriendo y termina con algo que está naciendo. En el tránsito se tiene la impresión de vivir entre dos espacios y entre dos tiempos. Entre un pasado que trata de sobrevivir y un futuro que comienza a afirmarse, pero que todavía no está aquí”.
En esos instantes duales de incertidumbre, frustraciones, sueños y creaciones, donde existimos nos asiste un impulso vital descrito por Albert Camus en su libro “El hombre rebelde”: “Cuando la revolución, en nombre del poder y de la historia, se convierte en un mecanismo mortífero y desmesurado, se hace sagrada una nueva rebelión (en nuestro caso cívica y no violenta) en nombre de la mesura y de la vida”.
¿Qué motivó tan temeraria medida? Desafiando un contexto internacional desfavorable y valorando desde una perspectiva realista, que los embrionarios segmentos prodemocráticos no representaban un peligro inmediato capaz de revertir los mecanismos de control social que erosionados, todavía son efectivos para mantener el esquema de “tolerancia represiva” que hasta la fecha aplicaban reconfigurando el concepto de Marcuse a la realidad cubana, donde los opositores, disidentes y sujetos contestatarios padecen de manera directa o inducida de hostigamiento, persecución y neutralización sin tener que apelar al encarcelamiento de manera masiva como se aplicó el 18 de marzo, teniendo en cuenta los “problemas colaterales” que significa esa practica en el ámbito internacional actual.
A mi juicio la ecuación costo-beneficio asumida por el régimen, valoró en primer lugar y al margen de otras consideraciones, priorizar el control dentro del país, “el liderazgo cubano” sabe sopesar sus dilemas y conoce el alcance de sus acciones, son demasiados años en el poder, en su ejercicio aplica una sola lógica: la que emana de la sustentación del mismo, en ese sentido el régimen es sensible y previsor, la amenaza potencial y latente que representan estos núcleos alternativos y prodemocráticos junto a su creciente reconocimiento e incidencia internacional es un desafío que no podía soportar por más tiempo esa lógica.
La ola represiva iniciada el 18 de marzo, fue sobre todo una suerte de muro de contención para evitar la extensión y profundización del accionar de los núcleos contestarios dentro del complejo panorama de la sociedad cubana; esa polis paralela en ciernes, para utilizar la metáfora de Vaclav Brenda, comenzaba a pesar de la infinidad de avatares que la rodea a hacerse visible ante el cubano de a pie -reacuérdese el impacto y acogida del Proyecto Varela- todavía no representaba ni representa una alternativa real de cambio, pero sí un elemento ascendente a tener en cuenta con su presencia cotidiana y extensiva en toda la geografía insular, además de su proyección de futuro; lo que a mi juicio motivó romper el esquema de “tolerancia represiva” y pasar a tratar con tal intensa represión, de quebrantar y debilitar las estructuras embrionarias prodemocráticas.
Una evaluación objetiva de la situación de los grupos prodemocráticos, pos 18 de marzo, nos sugiere que esa fecha constituye en el corto y mediano plazo un punto de inflexión en su accionar, las organizaciones debilitadas comienzan a hacer una lectura profunda de la situación y articular esbozos de su reactivación en una situación interna desfavorable, con casi la mayoría de su liderazgo tanto nacional como regional en prisión y congelados parcialmente por el momento, los espacios de participación social conquistados en los últimos años.
Considero que el sujeto de cambio fundamental de la sociedad cubana, es y serán sin caer en visiones esquemáticas y deterministas, los grupos prodemocráticos y la sociedad civil incipiente que comienzan a buscar oxígeno en la atmósfera fuertemente contaminada del totalitarismo y las alianzas estratégicas que sean estas entidades capaces de forjar con elementos moderados y reformistas que deben estar haciendo una lectura heterodoxa de la situación, sacando cálculos objetivos donde poder reimaginarse en nuevos y cambiantes contextos; no se puede obviar el factor externo que considero importante, encabezado por un influyente exilio, legitimado hoy más que nunca, con una capacidad de cabildeo internacional insospechada que rebasa con creces los tradicionales marcos del Congreso de la Unión Americana y con una visión cada vez más en sintonía y en cooperación permanente con sus colegas dentro de Cuba, pero como subraya Samuel Huntigton en sus análisis sobre las transiciones democráticas, el factor externo en estos procesos tienen sus límites y debe traducirse en última instancia de un modo u otro en evento de incidencia dentro del país.
El escenario se presenta complejo por la tozudez del poder de mantener el status quo, las posibilidades inmediatas de las entidades prodemocráticas se han visto minimizadas por el cóctel punitivo puesto en practica de manera temeraria por el régimen, nos demuestra que al margen de enfoques voluntaristas y parafraseando a Rafael Rojas debemos dotarnos del “Arte de la conquista”, el régimen no otorgará nada, solo lo que seamos capaces de conquistar con nuestro trabajo audaz, inteligente, creativo y cotidiano. El panorama es difícil, pero la vida, como manifiesta ese inagotable filosofo español nombrado Ortega y Gasset: “consiste en dificultad. Su modo de ser, es formalmente ser difícil.”
Con esa percepción un poco vitalista si el uso no resulta un atrevimiento, me propongo analizar algunas de las aristas de lo que a mi juicio debe ser una lectura crítica de las posibilidades como agente y soporte de cambio de las organizaciones prodemocráticas pos 18 de marzo, este esbozo debe partir valorando un diagnóstico contextual de algunos de los puntos básicos de esa extraña y radical realidad que es la sociedad cubana, para seguir utilizando un tono ortegueano.
En algunas ocasiones dialogando con colegas sobre estos temas tan puntuales, he subrayado la necesidad de imprimir a nuestras observaciones de la realidad cubana dimensiones sociológicas, es decir tratar de desentrañar esos impulsos vitales donde se articula la vida de la Cuba profunda, donde emanan las pasiones, metas, frustraciones, proyectos y motivaciones, esa Cuba no oficial y recurrente, contradictoria y pluralista al margen del cliché y los estereotipos, conectada con sueños y experiencias múltiples, ese quehacer que con su ritmo cotidiano entre congruencias e incongruencias va estructurando la vida.
En esa dirección la inmensa mayoría de la población cubana vive sumergida en una cultura de supervivencia, sobrevivir con altas dosis de creatividad en un medio con dinámicas complejas es la primera gran meta, el proyecto básico y en ocasiones único de cualquier mortal que habite esta isla donde según Zoe Valdez: “…trataron de edificar el paraíso”, esa es una perspectiva que no se puede perder de vista, es la respuesta de los cubanos a sus realidades inmediatas, desconocer estos presupuestos, sus consecuencias y manifestaciones nos pueden llevar a articular discursos sin sustancias contextuales y lo que es peor aún, desconocer su potencial y mayoritario auditorio.
Diseñar una estrategia en las condiciones actuales y partiendo de un diagnóstico puntual de la situación cubana, puede convertirse en un ejercicio complejo donde se deben valorar una multiplicidad de variables e infinidad de factores de diferente naturaleza tanto domésticos como internacionales, en esencia las tareas fundamentales y básicas que a grandes rasgos son medulares en la actualidad para las entidades prodemocráticas es convertirse en movimientos sociales capaces de interpretar las dinámicas profundas de la sociedad, para articular discursos no para hombres abstractos, sino a los seres concretos que viven sus diferentes experiencias vitales condicionadas por una cultura de supervivencia.
Un elemento que se debe subrayar es la carencia de un criterio de lo político condicionado por un sentido crítico de la responsabilidad social, en nuestra cultura existe una tradición -que el castrismo ha reforzado con sus praxis- de presentar la política de manera peyorativa, un ejercicio que no es gratificante, con una visión negativa e incluso asqueante de la misma y que en ocasiones puede ser extremadamente peligrosa, el castrismo podemos definirlo como la saturación de lo político en el ámbito de sus esencias y prácticas totalitarias, llevando a los individuos –no ciudadanos- a habitar el universo de lo no político o del fin de la política en el sentido genuino de su connotación, y el desdeño al debate en el espacio público por estar atrapados en las insustanciales redes del escepticismo, la frustración social, el conformismo y la pasividad.
Desentrañar los elementos articuladores de esa cultura orientada a la supervivencia, donde vive sumergida la inmensa mayoría de la población cubana nos propone valorar los mecanismos de “transacciones cotidianas” como los describe Néstor García Canclini en su ensayo “Cultura y poder,¿dónde está la investigación?” como una red de intercambio, préstamo, condicionamiento, que los individuos realizan con las estructuras de poder, una suerte de proyecto de sobrevivencia personal que denota la manera transaccional de enfrentar las circunstancias, buscando soluciones intermedias que suponen no trascender ni cuestionar los límites establecidos por el poder. Un círculo vicioso de mecanismos defensivos que mediatiza la acción de “impugnación y resistencia”, por el reacomodo circunstancial y adaptación que en última instancia reproduce el poder y sus esquemas de dominación.
En este contexto y sin pretender concebir un manual de fórmulas preestablecidas, se debe tener una perspectiva multidireccional; diseñar una estrategia sociocultural con una visión comunitaria y regional del trabajo, que en primer lugar debe estar dirigida a la potenciación de una cultura cívica en el interior de las estructuras comunitarias formales e informales en el entorno de los grupos prodemocráticos que serían el sustento proteico de la futura sociedad civil cubana, asumida como la describe Vladimir Tismaneanú: “Una alternativa al dominio de la existencia humana por parte de la razón burocrática instrumental... como una forma antipolítica de acción política”.
Tomás Estrada Palma intuyó hace más de cien años que el problema clave de la futura república sería nuestra carencia de identidad ciudadana y en esa dirección de repensar y conformar esa identidad se debe dirigir todo nuestro esfuerzo presente y futuro, sin ciudadanos e instituciones no habitaremos el complejo espacio de la democracia, es un dilema atávico que debemos resolver y solo llegaremos a ser verdaderos ciudadanos a través de lo político –que tan satanizado ha estado y está en nuestra tradición cultural- y la constitución de un estado de derecho; en nuestras circunstancias actuales, en el ámbito de la sociedad civil primero debemos forjar los radios de identificación y confianza en las comunidades, tarea titánica en los marcos de un estado totalitario, para luego en la esfera de la política construir otros tipos de comunidades electivas.
Tengamos presente como un axioma, que sin bases y redes sociales no puede haber movilización social, ¿cómo poder neutralizar los mecanismos represivos sin extender nuestra influencia y presencia en la sociedad? El reto es inmenso, las circunstancias difíciles y desafiantes, las estrategias deben ser múltiples y focalizadas a la construcción de un contrapoder que se reapropie escalonada y gradualmente del espacio publico, reinvente la política como un nuevo sentido libertario y participativo y redefina los criterios de solidaridad en los ámbitos de las comunidades formales e informales.
Vivimos un tiempo difícil, pero la vida, como decía al principio de este trabajo, es difícil por naturaleza, porque es realización, nuestra principal tarea debe ser conectar el descontento y la frustración de la población con los modos alternativos de expresión en el espacio público y superar los círculos viciosos de las transacciones.
Sobrevivimos un tiempo de tránsito y como ilustraron en ocasión del mensaje de jubileo del año 2000, los obispos católicos cubanos escribieron: “Todo tránsito comienza con algo que está muriendo y termina con algo que está naciendo. En el tránsito se tiene la impresión de vivir entre dos espacios y entre dos tiempos. Entre un pasado que trata de sobrevivir y un futuro que comienza a afirmarse, pero que todavía no está aquí”.
En esos instantes duales de incertidumbre, frustraciones, sueños y creaciones, donde existimos nos asiste un impulso vital descrito por Albert Camus en su libro “El hombre rebelde”: “Cuando la revolución, en nombre del poder y de la historia, se convierte en un mecanismo mortífero y desmesurado, se hace sagrada una nueva rebelión (en nuestro caso cívica y no violenta) en nombre de la mesura y de la vida”.
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