Miami, Florida, 12 de mayo del 2009 (El Nuevo Herald). Desde hace algún tiempo resuenan en mi cabeza las frases: “La política no es para mí”, “Yo no soy político”. Cuando las escucho, mi mente se traslada a La Habana, ciudad que tuve que dejar un año atrás. Lo contradictorio y sorprendente a la vez es que estoy en Miami, pero los voceros de estas frases son los mismos cubanos, algunos con mucho o menos tiempo que yo acá, pero todos actores de una sola historia, el exilio.
En recientes conversaciones con amigos aparece el retórico tema de la política y es que no lo podemos evitar, de una forma u otra siempre ella está ahí. Es que la política, como expresa una de sus definiciones, es un conjunto de ideas y valores que ejecutan los individuos con un propósito. Muchos de mis amigos me repitieron una vez más las mismas frases: yo no tengo nada que ver con la política, yo no soy político, pero fueron esos amigos quienes con sus opiniones me impulsaron a escribir este artículo.
Si cada uno de nosotros pensáramos que la política no nos pertenece, yo me pregunto para quién es entonces. Si no nos interesa como individuos, ¿Por qué sufrimos sus consecuencias? ¿Seremos los cubanos realmente apáticos? ¿Qué tanto nos importa Cuba?
Después de buscar, creo encontrar parte de la respuesta. Los cubanos que hemos vivido bajo un sistema totalitario, donde las consignas políticas, los discursos, las marchas y los actos de reafirmación revolucionaria, que no son más que actos de repudio contra personas decentes, hacen el día a día, hemos desarrollado un sistema psicológico de defensa en el cual, para librarnos de esa maquinaria demoledora, utilizamos la apatía para buscar algo de respiro y tranquilidad.
Pero después de muchos años usar este mismo mecanismo de defensa casi de forma inconsciente, ni cambiando de sociedad podemos cambiar nuestra mentalidad. Por lo que a veces en sociedades democráticas seguimos actuando como si viviéramos bajo regimenes totalitarios. Este es el origen de comentarios como estos que oímos a diario.
El gobierno cubano ha inculcado en el ciudadano común la idea de que la política es para unos pocos y que para no tener problemas es mejor estar al margen. Este mensaje la ha difundido usando diferentes vías: cárceles para los que ejercen las libertades cívicas, expulsiones de centros de trabajos y educativos y hasta las más subliminales, como el control de casi todos los espacios cívicos, por ejemplo el arte, la música y el cine, donde cualquier política que no sea la gubernamental está vedada.
Todas estas técnicas implementadas por el sistema totalitario le han hecho creer al cubano que verdaderamente este es un tema prohibido. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a nuestros mayores diciéndonos: “Si no quieren problemas, no se atrevan a dar criterios políticos”? Es que en nuestro afán de escapar del dolor y olvidar las malas memorias, estamos cayendo en pozos aun más profundos y negros como la indiferencia.
Si nos sentimos orgullosos de las palmas tan verdes y erguidas, de la hermosura de nuestras playas y de la hospitalidad de nuestra gente, y si en cada rincón fuera de gritamos a viva voz que somos cubanos, entonces no podemos dejar en manos de unos pocos lo que hay por derecho también nos toca, la política, ésa que es libre y no la dicta nadie. Esto quiere decir que tengamos todos que ejercer políticas de Estado ni convertirnos en politólogos. Pero velar por Cuba y su gente, brindar ideas y opiniones es parte de nuestro deber.
Usemos la misma fe, a la que recurrimos para progresar en tierras extrañas. Vivimos exiliados por la falta de libertad de nuestra tierra, que muchos enmascaramos en motivos menores, como necesidades económicas, falta de desarrollo profesional, ausencia de proyectos de vida, entre otros. Emprendamos nuevos caminos y vayamos al fondo de los problemas.
Los cubanos no somos apáticos, solo que hemos dudado por la oscuridad de la tormenta. La sociedad también es nuestra y tenemos derecho a cambiarla, rescatemos la conciencia ciudadana dormida dentro de nosotros. La libertad tiene un alto precio, pero no dejemos que el miedo nos brinde una cómoda silla para pararnos en nuestra lucha por alcanzarla. Nunca es tarde para comenzar.
En recientes conversaciones con amigos aparece el retórico tema de la política y es que no lo podemos evitar, de una forma u otra siempre ella está ahí. Es que la política, como expresa una de sus definiciones, es un conjunto de ideas y valores que ejecutan los individuos con un propósito. Muchos de mis amigos me repitieron una vez más las mismas frases: yo no tengo nada que ver con la política, yo no soy político, pero fueron esos amigos quienes con sus opiniones me impulsaron a escribir este artículo.
Si cada uno de nosotros pensáramos que la política no nos pertenece, yo me pregunto para quién es entonces. Si no nos interesa como individuos, ¿Por qué sufrimos sus consecuencias? ¿Seremos los cubanos realmente apáticos? ¿Qué tanto nos importa Cuba?
Después de buscar, creo encontrar parte de la respuesta. Los cubanos que hemos vivido bajo un sistema totalitario, donde las consignas políticas, los discursos, las marchas y los actos de reafirmación revolucionaria, que no son más que actos de repudio contra personas decentes, hacen el día a día, hemos desarrollado un sistema psicológico de defensa en el cual, para librarnos de esa maquinaria demoledora, utilizamos la apatía para buscar algo de respiro y tranquilidad.
Pero después de muchos años usar este mismo mecanismo de defensa casi de forma inconsciente, ni cambiando de sociedad podemos cambiar nuestra mentalidad. Por lo que a veces en sociedades democráticas seguimos actuando como si viviéramos bajo regimenes totalitarios. Este es el origen de comentarios como estos que oímos a diario.
El gobierno cubano ha inculcado en el ciudadano común la idea de que la política es para unos pocos y que para no tener problemas es mejor estar al margen. Este mensaje la ha difundido usando diferentes vías: cárceles para los que ejercen las libertades cívicas, expulsiones de centros de trabajos y educativos y hasta las más subliminales, como el control de casi todos los espacios cívicos, por ejemplo el arte, la música y el cine, donde cualquier política que no sea la gubernamental está vedada.
Todas estas técnicas implementadas por el sistema totalitario le han hecho creer al cubano que verdaderamente este es un tema prohibido. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a nuestros mayores diciéndonos: “Si no quieren problemas, no se atrevan a dar criterios políticos”? Es que en nuestro afán de escapar del dolor y olvidar las malas memorias, estamos cayendo en pozos aun más profundos y negros como la indiferencia.
Si nos sentimos orgullosos de las palmas tan verdes y erguidas, de la hermosura de nuestras playas y de la hospitalidad de nuestra gente, y si en cada rincón fuera de gritamos a viva voz que somos cubanos, entonces no podemos dejar en manos de unos pocos lo que hay por derecho también nos toca, la política, ésa que es libre y no la dicta nadie. Esto quiere decir que tengamos todos que ejercer políticas de Estado ni convertirnos en politólogos. Pero velar por Cuba y su gente, brindar ideas y opiniones es parte de nuestro deber.
Usemos la misma fe, a la que recurrimos para progresar en tierras extrañas. Vivimos exiliados por la falta de libertad de nuestra tierra, que muchos enmascaramos en motivos menores, como necesidades económicas, falta de desarrollo profesional, ausencia de proyectos de vida, entre otros. Emprendamos nuevos caminos y vayamos al fondo de los problemas.
Los cubanos no somos apáticos, solo que hemos dudado por la oscuridad de la tormenta. La sociedad también es nuestra y tenemos derecho a cambiarla, rescatemos la conciencia ciudadana dormida dentro de nosotros. La libertad tiene un alto precio, pero no dejemos que el miedo nos brinde una cómoda silla para pararnos en nuestra lucha por alcanzarla. Nunca es tarde para comenzar.
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