jueves, 4 de junio de 2009

RECORDAR EL SACRIFICIO DE MARTÍ, Feliberto Pérez Del Sol.

Sakenaff, Santa Clara, Villa Clara, 4 de junio del 2009 (FDC). El 19 de mayo de 1895, en un lugar de la antigua provincia oriental llamado “Dos Ríos”, cayó en combate El Apóstol de la Independencia Cubana José Julián Martí y Pérez. Esta fecha y la perdida fueron fatales para la gesta independentista, pues en ella se malgastó al más grande y universal de todos los cubanos.

La poesía, el estudio y las ideas patrióticas fueron durante su niñez junto con su adolescencia un solaz que disfrutó en lo más hondo de su ser. Procurase textos de temáticas generales e inclinarse por Byron o Shakespeare y colaborar en el periódico “El Diablo Cojuelo” o publicar “La Patria Libre”, marcaron esta etapa de su existencia.

Martí y su pensamiento poético-separatista no hallaron espacio en el rudo carácter de su padre. Este era celador de la policía y por demás nacido en España, quien trató de imponerle un españolismo a ultranza. A la vez, que apodaba su adicción a la poesía como una distracción para ociosos y malnacido.

Al conocer el presidio a edad tan temprana como los 17 años, fue para aquel joven el lugar donde templó sus ansias de libertad que los cubanos exigían de la metrópolis. Observó como España segregaba las “heces” de inhumanidad y vio en todo su horror el pozo negro que es la cárcel a esta delicada flor de la edad y le hizo mantener su sentido libertario.

Desterrado forzosamente a la península ibérica cargó en su cuerpo, aun lastimado por los grilletes y las cadenas, dulces recuerdos de su lejana niñez, la campiña y Cuba en el corazón. La primavera en Madrid avivó su sangre criolla y le trajo memorias, en tanto volvía a padecer las cicatrices del encierro, pero en su alma doliente tuvo la patria seguro espacio.

De regreso a América vivió primeramente en México, más tarde en Guatemala y Venezuela. Sin embargo, en todas estas tierras “Pepe Martí” se sintió como si volviera a pisar suelo patrio, convencido como estaba, veía a nuestras repúblicas americanas hermanadas en un ideal común de libertad y fraternidad.

Logró conectar a isleños dedicados a la soberanía definitiva, quienes vivían del lado insular y cubanos emigrados resultó la tarea inminente. La urgente necesidad de incorporar a todos los nacionales, tanto a los viejos veteranos de la guerra de 1868, afincados en la diáspora con “Los Pinos Nuevos” radicados en la isla y deseosos de combate, fue una labor fructífera.

Ansiaba sumarse a la contienda recién comenzada, por lo que sintió en lo más íntimo que importaba a la causa por la libertad su propio sacrificio y zarpó a tierra cubana. El deseo de incorporarse fue irresistible, pues añoraba el olor del campo cubano, los rumores y contornos de la revolución no le permitían permanecer un día más en suelo extranjero.

El niño de la calle Paula tuvo una vida por entero entregada a la causa de la emancipación de su patria. Libertar a su sufrida isla del yugo colonial español fue durante su breve existencia una labor cotidiana no exenta de sacrificios, en los que le fue arrancado hasta la compañía y amor de su único hijo José Francisco Martí Zayas-Bazán.

Desde aquel lúgubre 19 de mayo, hasta hoy, los cubanos dignos del ideal martiano tienen un modelo a seguir. Sus palabras en estos tiempos de censura y tiranía son pautas de conducta, por ello en el 114 aniversario de su muerte los buenos patriotas sentencian como él: ¡Verso o nos condenan juntos o nos salvamos los dos!

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