jueves, 25 de junio de 2009

MICAELA, Ana Aguililla Saladrigas.

Jaimanitas, La Habana, 25 de mayo de 2009. Sentada en la terraza de su casa en Miami, Micaela lee una noticia: “El Lunes pasado, Obama levantó las restricciones que impedían a los cubanos americanos visitar más de una vez al año a sus familiares en la isla y que limitaba la cantidad de dinero que podían enviar…”

Recuerda cuando dejó Cuba hace cuatro años, buscando una nueva vida. Aunque encontró lo que necesitaba, esos primeros años fueron muy difíciles para ella. Cada noche soñaba con volver a su país, visitar a su familia, y amigos. ¡Realmente necesitaba tanto verlos!

Comenzó entonces a prepararse para el viaje, pero todo parecía imposible. Necesitaba un pasaporte, una visa, una carta del Departamento del Tesoro y un boleto de viaje. Después de seis meses obtuvo sus documentos. Se sintió feliz. Estaba lista para volar a Cuba.

Otras preocupaciones las asechaban: ¿Y si no quería regresar después? Los cubanos sufrimos mucho la separación familiar porque no tenemos la libertad de viajar cuando queremos. Al emigrar nunca podemos estar seguros de cuándo volveremos a vernos. ¿Y si decidía quedarse con ellos? ¿Y si tenía que pasar por un nuevo proceso de adaptación al regresar a Estados Unidos?

Sus expectaciones eran grandes. Seguramente todo había cambiado desde que se mudó. Sus amigos deberían ser diferentes, más maduros. Sus primos con un nuevo estilo de vida. Su pueblo seguro estaba distinto, calles arregladas, casas nuevas. ¡Estaba tan excitada! Creía estar lista para el encuentro…

Cuando llegó a la isla, toda la familia la esperaba frente en la puerta del aeropuerto, las colas para el control de equipaje eran interminables. Mientras realizaba el chequeo final, escuchó que sus primos gritaban su nombre. Cuando por fin pudo pasar, su sueño se hizo realidad. Se abrazaron, se besaron, lloraron. Estaba allí. Era verdad.

Después de los saludos comenzó a notar algo. Todo estaba igual. Cayó en shock. ¿Dónde estaban sus expectativas? ¿Dónde estaban los grandes cambios que ella esperaba ver? El estilo de vida de todos era el mismo. Sus padres denunciando siempre todo lo mal hecho, atendiendo a sus compañeros presos por expresar opiniones.

Su amiga Mara protestando en voz baja por el salario para no perder el puesto de trabajo, se veía obligada a “resolver” de la manera que pudiera sus necesidades esenciales. Irene lograba a veces fabricar algún producto para vender, pero como todo era ilegal, vivía con miedo de las represalias. En su antigua casa encontró las mismas sillas, las mismas cazuelas, el mismo pote de azúcar. Todo estaba detenido en el tiempo.

Le costó trabajo volver a la realidad. Disfrutó el resto de su estancia en Cuba caminando por las calles de Santiago, bailando conga y hablando con sus antiguos vecinos. La vieron más madura, más independiente. Querían saber sus nuevas costumbres. Micaela les habló de su trabajo, de sus nuevos amigos, de su apartamento, del carro. Encontraron tales historias asombrosas.

Aunque la había pasado bien en Cuba, Micaela deseaba con todas sus fuerzas volver.

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