Parroquia, Santa Clara, Villa Clara, 22 de octubre del 2009 (FDC). Obtuvo autorización del Obispo, en 1727, para tomar lo fondos de la parroquia con destino a su obra y hasta el Ayuntamiento apoyó sus acciones y le hizo merced, en 1728, de todas las tierras realengas de la jurisdicción, para que sus productos los empleara en la conclusión del templo. Lo que pudo conseguir sin necesidad de emplear las rentas que le brindaba esta última concesión.
Deseoso de que la divina palabra y predicación del Santo Evangelio a su feligresía, la proveyera de la doctrina, que la apartara de los vicios, dispuso, el 23 de enero de 1734, de 2000 pesos a favor del hospicio de San Francisco, con la condición de que uno de los religiosos debía predicar perennemente en la parroquia seis sermones, en los seis Domingos de Cuaresma por la noche.
Y tres, en los días de San Juan Bautista, Santa Clara de Asís y San Juan Evangelista, por la mañana al celebrarse la misa, cuya predicación empezó desde aquel año. Sus obras llamaron la atención de su prelado, en 1738, que pidió le remitiese una certificación de sus méritos y servicios. Solo la necesidad de cumplir la orden, le obligó a ocuparse de semejante particular.
Ese atestado de la Corporación Municipal corroboró después con otros hechos eminentes de la vida y sirvió al cabo para que el Soberano, a consulta de su Consejo de Cámara de las Indias, del 8 de mayo de 1739, le nombrara Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Santiago de Cuba, en prueba de lo grato que le eran sus méritos y servicios.
Hasta 1741, no recibió la comunicación de su nombramiento y al verse honrado con la prebenda, agradeció la benevolencia con que le premiara el monarca y al mismo tiempo sintió, tristeza, por la necesidad de separarse de un pueblo, al que había consagrado su existencia. Partió para aquella ciudad en medio de las mayores demostraciones de desconsuelo, en febrero de 1742.
Algunos días antes de su viaje, se ocupó en el arreglo de todo, confió su poder a su amigo el presbítero D. Tomas Manzo de Contreras, con cuantas instrucciones estimó necesarias y debían esperarse de su genio previsor. Uno de los asuntos de que se ocupó con preferencia, fue el de la educación pública
Deseaba que no se careciera de personas que instruyeran a la niñez y encargó que continuaran en el magisterio D. Manuel Hurtado de Mendoza y Da. Águeda García, que la desempeñaba y si faltaban estos, impuso 2000 pesos, cuya renta anual aplicó a la mujer que tuviera las cualidades para la enseñanza de las niñas y al maestro que tomara a su cargo la educación del otro sexo.
Destinó además para la primera, una casa de su propiedad junto a la ermita La Candelaria, donde podía situarse la escuela, pero que si la encargada de ella se proporcionaba habitación decente y no le convenía mudarse a aquella, fue su deseo que se alquilara y dejara sus productos a beneficio de la misma directora.
Además asignó a la Iglesia Mayor como donación 1900 pesos, para que sus réditos sirviesen a sus reparaciones. Vivió en Santiago de Cuba diez meses, para cumplir con las obligaciones de su ministerio, a pesar de los achaques que padecía, no solo por su salud, sino por haber sido contrario a su persona el clima de aquella ciudad.
Estos motivos y su deseo de volver a Villa Clara, para dedicarse a obras benéficas, lo determinaron, en diciembre de 1742, a solicitar licencia del Diocesano y del Venerable Cabildo para trasladarse. A principios, de 1743, recurrió a Su Majestad y obtuvo el permiso para renunciar la prebenda en manos de su Prelado, según Real Cédula, del 20 de agosto de 1714.
Hubo general regocijo en la población, con la presencia del clérigo, después de tan lamentable ausencia. Todos le vieron como una nueva aurora, que tornaba, a continuar personalmente las tareas a que antes se consagraba. Así la educación pública, el socorro de los pobres, el consuelo de los enfermos y la mejora de los templos, fue otra vez objetos de su atención.
Deseoso de que la divina palabra y predicación del Santo Evangelio a su feligresía, la proveyera de la doctrina, que la apartara de los vicios, dispuso, el 23 de enero de 1734, de 2000 pesos a favor del hospicio de San Francisco, con la condición de que uno de los religiosos debía predicar perennemente en la parroquia seis sermones, en los seis Domingos de Cuaresma por la noche.
Y tres, en los días de San Juan Bautista, Santa Clara de Asís y San Juan Evangelista, por la mañana al celebrarse la misa, cuya predicación empezó desde aquel año. Sus obras llamaron la atención de su prelado, en 1738, que pidió le remitiese una certificación de sus méritos y servicios. Solo la necesidad de cumplir la orden, le obligó a ocuparse de semejante particular.
Ese atestado de la Corporación Municipal corroboró después con otros hechos eminentes de la vida y sirvió al cabo para que el Soberano, a consulta de su Consejo de Cámara de las Indias, del 8 de mayo de 1739, le nombrara Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Santiago de Cuba, en prueba de lo grato que le eran sus méritos y servicios.
Hasta 1741, no recibió la comunicación de su nombramiento y al verse honrado con la prebenda, agradeció la benevolencia con que le premiara el monarca y al mismo tiempo sintió, tristeza, por la necesidad de separarse de un pueblo, al que había consagrado su existencia. Partió para aquella ciudad en medio de las mayores demostraciones de desconsuelo, en febrero de 1742.
Algunos días antes de su viaje, se ocupó en el arreglo de todo, confió su poder a su amigo el presbítero D. Tomas Manzo de Contreras, con cuantas instrucciones estimó necesarias y debían esperarse de su genio previsor. Uno de los asuntos de que se ocupó con preferencia, fue el de la educación pública
Deseaba que no se careciera de personas que instruyeran a la niñez y encargó que continuaran en el magisterio D. Manuel Hurtado de Mendoza y Da. Águeda García, que la desempeñaba y si faltaban estos, impuso 2000 pesos, cuya renta anual aplicó a la mujer que tuviera las cualidades para la enseñanza de las niñas y al maestro que tomara a su cargo la educación del otro sexo.
Destinó además para la primera, una casa de su propiedad junto a la ermita La Candelaria, donde podía situarse la escuela, pero que si la encargada de ella se proporcionaba habitación decente y no le convenía mudarse a aquella, fue su deseo que se alquilara y dejara sus productos a beneficio de la misma directora.
Además asignó a la Iglesia Mayor como donación 1900 pesos, para que sus réditos sirviesen a sus reparaciones. Vivió en Santiago de Cuba diez meses, para cumplir con las obligaciones de su ministerio, a pesar de los achaques que padecía, no solo por su salud, sino por haber sido contrario a su persona el clima de aquella ciudad.
Estos motivos y su deseo de volver a Villa Clara, para dedicarse a obras benéficas, lo determinaron, en diciembre de 1742, a solicitar licencia del Diocesano y del Venerable Cabildo para trasladarse. A principios, de 1743, recurrió a Su Majestad y obtuvo el permiso para renunciar la prebenda en manos de su Prelado, según Real Cédula, del 20 de agosto de 1714.
Hubo general regocijo en la población, con la presencia del clérigo, después de tan lamentable ausencia. Todos le vieron como una nueva aurora, que tornaba, a continuar personalmente las tareas a que antes se consagraba. Así la educación pública, el socorro de los pobres, el consuelo de los enfermos y la mejora de los templos, fue otra vez objetos de su atención.
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