Santa Catalina, Santa Clara, Villa Clara, 5 de noviembre del 2009 (FDC). Mao Zedong, en la llamada Revolución Cultural atacó a la frágil Iglesia Católica China dividiéndola y formó una iglesia nacionalista, con obispos ordenados para servir al estado totalitario asiático. Depuestos y perseguidos los Obispos fieles al Papa, junto a sacerdotes y monjas, no pocos sufrieron presidio.
La lista sería interminable, Rumanía, Hungría, Eslovaquia, Polonia con los católicos de rito griego y los Obispos mártires en la Ucrania del ritual Ruteno. Los hechos se repetían en todos los países de la misma manera, en algunos casos los prelados prefirieron la cárcel o el martirio y en otros la apostasía. Pero en todos, la Iglesia de Cristo volvió a las catacumbas de la clandestinidad.
En Cuba, comenzó con ataques a las diferentes obras caritativas y educacionales, con calumnias a estas y sus pastores. Se levantaron entonces las voces del Episcopado Cubano, entre las que se destacaron los Monseñores: Enrique Pérez Serantes, Arzobispo de Santiago de Cuba, Eduardo Boza Masvidal, Obispo Auxiliar de La Habana y Rector de la Universidad de Villanueva.
También protestaron Alberto Martín Villaverde, Obispo de Matanzas, el Cardenal Manuel Arteaga, Arzobispo de La Habana, Carlos Riús Anglés, Obispo de Camagüey, Eduardo Martínez Dalmau, Obispo de Cienfuegos. Y los monseñores Agustín Román, Enrique San Pedro (SJ) y Manuel Rodríguez Rozas.
Todos estos valientes prelados alertaron contra los peligros del comunismo, desmintieron los embustes, desenmascararon a los falsos católicos y mantuvieron firmes el depósito de la fe, a ellos confiados. Motivo por el cual el gobierno comunista la emprendió contra los mismos, expulsándolos en su mayoría del país.
Es de notar, la intención del gobierno de dividir la Iglesia, primero con ataques a los templos, las celebraciones, los creyentes. Y como colofón pretendió fundar una Iglesia Nacionalista manipulable, para lo que necesitaban un obispo que apostatara y otorgara la Sucesión Apostólica, sin la cual, este proyecto sería imposible.
Escogieron entonces, equivocadamente al recientemente ordenado Monseñor Carlos Riús Anglés de Camagüey, por ser este inexperto en su nuevo cargo, quien se negó valientemente y poco después murió con la interrogante: ¿Porqué a mí? Este legó a la posteridad un documento explicativo, para que la Iglesia se defendiera de posteriores ataques de los comunistas.
Otros fueron expulsados como Boza Masvidal, Agustín Román, Enrique Sampedro, mientras el Cardenal Arteaga terminaba sus días en la embajada de la República de Venezuela en La Habana. También por esa época, fue llevado a presidio el sacerdote franciscano padre Loredo, cura párroco de la iglesia de San Francisco, en la capital.
En ella atendía a un grupo de universitarios católicos, al fraile le fabricaron una causa falsa y orquestada por Seguridad del Estado. Los objetivos eran varios, primero desprestigiar a la Iglesia Católica, segundo vincular ante la opinión pública nacional al fraile que mayor ascendencia poseía entre la juventud, al ligarlo con un prófugo de la justicia.
También las autoridades pretendían apropiarse de la mayor imprenta con que contaba esa orden religiosa en la isla, así como del inmueble. Esta situación ocurrió inmediatamente después de la publicitada detención de Loredo y Betancourt, el día 11 de abril de 1966. Solo hace bien poco, que el templo fue devuelto, el 25 de diciembre de 1987.
Se expulsaron Las Clarisas y otras órdenes religiosas, tanto masculinas como femeninas y al laicado se le amenazó y discriminó hasta más no poder, algunos fueron llevados a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), verdaderos campos de concentración. Todo esto condujo, a que la Iglesia fuera diezmada en número, por el temor a perder trabajos o estudios.
El 23 de diciembre de 1960, escribía al arzobispo de Santiago de Cuba, Enrique Pérez Serantes en carta titulada “Con Cristo o contra Cristo”: “Por nuestro Dios, por nuestros hermanos, por nuestra patria empuñamos honesta y virilmente nuestras armas, la de la verdad y de la justicia, calzando el suave guante del amor…”.
Continuaba su redacción: “Actuamos como lo hemos hecho siempre, totalmente libre de extrañas influencias, consagrados al servicio exclusivo de Dios y de la patria. Escribimos ahora, como hemos escrito siempre, con energía y sin temor, pues pudiendo no hemos sabido callar nunca frente a una injusticia, esto lo saben y lo recuerdan todos”.
Y acotaba: “…todos los que no sean advenedizos, desmemoriados o sectarios. Escribimos tantas llamadas Pastorales, por ser ya el único y costoso vehículo de publicidad, que se nos ha dejado, para el cumplimiento de nuestra labor pastoral ya que ahora la prensa, la radio, y la televisión constituyen un lujo, exclusivamente reservado a los que nos combaten”.
La lista sería interminable, Rumanía, Hungría, Eslovaquia, Polonia con los católicos de rito griego y los Obispos mártires en la Ucrania del ritual Ruteno. Los hechos se repetían en todos los países de la misma manera, en algunos casos los prelados prefirieron la cárcel o el martirio y en otros la apostasía. Pero en todos, la Iglesia de Cristo volvió a las catacumbas de la clandestinidad.
En Cuba, comenzó con ataques a las diferentes obras caritativas y educacionales, con calumnias a estas y sus pastores. Se levantaron entonces las voces del Episcopado Cubano, entre las que se destacaron los Monseñores: Enrique Pérez Serantes, Arzobispo de Santiago de Cuba, Eduardo Boza Masvidal, Obispo Auxiliar de La Habana y Rector de la Universidad de Villanueva.
También protestaron Alberto Martín Villaverde, Obispo de Matanzas, el Cardenal Manuel Arteaga, Arzobispo de La Habana, Carlos Riús Anglés, Obispo de Camagüey, Eduardo Martínez Dalmau, Obispo de Cienfuegos. Y los monseñores Agustín Román, Enrique San Pedro (SJ) y Manuel Rodríguez Rozas.
Todos estos valientes prelados alertaron contra los peligros del comunismo, desmintieron los embustes, desenmascararon a los falsos católicos y mantuvieron firmes el depósito de la fe, a ellos confiados. Motivo por el cual el gobierno comunista la emprendió contra los mismos, expulsándolos en su mayoría del país.
Es de notar, la intención del gobierno de dividir la Iglesia, primero con ataques a los templos, las celebraciones, los creyentes. Y como colofón pretendió fundar una Iglesia Nacionalista manipulable, para lo que necesitaban un obispo que apostatara y otorgara la Sucesión Apostólica, sin la cual, este proyecto sería imposible.
Escogieron entonces, equivocadamente al recientemente ordenado Monseñor Carlos Riús Anglés de Camagüey, por ser este inexperto en su nuevo cargo, quien se negó valientemente y poco después murió con la interrogante: ¿Porqué a mí? Este legó a la posteridad un documento explicativo, para que la Iglesia se defendiera de posteriores ataques de los comunistas.
Otros fueron expulsados como Boza Masvidal, Agustín Román, Enrique Sampedro, mientras el Cardenal Arteaga terminaba sus días en la embajada de la República de Venezuela en La Habana. También por esa época, fue llevado a presidio el sacerdote franciscano padre Loredo, cura párroco de la iglesia de San Francisco, en la capital.
En ella atendía a un grupo de universitarios católicos, al fraile le fabricaron una causa falsa y orquestada por Seguridad del Estado. Los objetivos eran varios, primero desprestigiar a la Iglesia Católica, segundo vincular ante la opinión pública nacional al fraile que mayor ascendencia poseía entre la juventud, al ligarlo con un prófugo de la justicia.
También las autoridades pretendían apropiarse de la mayor imprenta con que contaba esa orden religiosa en la isla, así como del inmueble. Esta situación ocurrió inmediatamente después de la publicitada detención de Loredo y Betancourt, el día 11 de abril de 1966. Solo hace bien poco, que el templo fue devuelto, el 25 de diciembre de 1987.
Se expulsaron Las Clarisas y otras órdenes religiosas, tanto masculinas como femeninas y al laicado se le amenazó y discriminó hasta más no poder, algunos fueron llevados a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), verdaderos campos de concentración. Todo esto condujo, a que la Iglesia fuera diezmada en número, por el temor a perder trabajos o estudios.
El 23 de diciembre de 1960, escribía al arzobispo de Santiago de Cuba, Enrique Pérez Serantes en carta titulada “Con Cristo o contra Cristo”: “Por nuestro Dios, por nuestros hermanos, por nuestra patria empuñamos honesta y virilmente nuestras armas, la de la verdad y de la justicia, calzando el suave guante del amor…”.
Continuaba su redacción: “Actuamos como lo hemos hecho siempre, totalmente libre de extrañas influencias, consagrados al servicio exclusivo de Dios y de la patria. Escribimos ahora, como hemos escrito siempre, con energía y sin temor, pues pudiendo no hemos sabido callar nunca frente a una injusticia, esto lo saben y lo recuerdan todos”.
Y acotaba: “…todos los que no sean advenedizos, desmemoriados o sectarios. Escribimos tantas llamadas Pastorales, por ser ya el único y costoso vehículo de publicidad, que se nos ha dejado, para el cumplimiento de nuestra labor pastoral ya que ahora la prensa, la radio, y la televisión constituyen un lujo, exclusivamente reservado a los que nos combaten”.
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