Parroquia, Santa Clara, Villa Clara, 5 de noviembre del 2009 (FDC). Dispuso que sus alhajas se entregaran al mismo capellán, para que se sirviera de ellas y quedaran para los demás que le sucedieran, lo mismo que el cáliz y las vinajeras. Lo que resultó a su favor de la fábrica del Carmen, lo donó a la virgen y ordenó, que si pagado su testamento quedaban algunas cosas más se repartieran por sus albaceas a su arbitrio y voluntad.
Hubo un sobrante de 873 pesos, que se distribuyeron en este orden 213 y 5 reales para limosnas a pobres y pordioseros, 600 al hospicio de San Francisco para alhajas y otras cosas necesarias y 60 con destino al gasto de enramar el monumento a la Virgen, que entonces se hacia en la Plaza Mayor, junto a dicho hospicio para celebrar el Viernes Santo.
Pues el acto del descendimiento a veces dejaba de realizarse, por no haber quien lo costease. Quedó así cumplida su voluntad, cuya vida fue una continua virtud. Sus restos reposaron en la ermita del Carmen, hasta marzo de 1804, en que el Obispo Espada, dispuso en su primera visita, que se trasladaran al cementerio, situado entonces en las cercanías de la Iglesia Mayor.
Sin tener en cuenta el fundamento, que impusiera semejante determinación, es deplorable, que a pesar del notorio celo e ilustración de aquel sacerdote, se llevase a cabo la antes citada determinación. Por la cual quedaba destruido el único monumento que la gratitud de un pueblo levantara a la memoria de un hombre tan distinguido, como El Padre Conyedo.
Se verificó la exhumación en presencia del diocesano y de un pueblo inmenso que concurrió ansioso, a contemplar los restos mortales de su inolvidable bienhechor. Apareció entero su cuerpo con todas sus vestiduras y deseoso Don Francisco del Río, mayordomo de aquel santuario de tributar un homenaje de respeto a sus despojos mortales, le costeó una caja.
En ella fueron enterrados y así permanecieron en una pieza de la propia iglesia, que estaba destinada para depósito de los huesos, que se extraían del cementerio, hasta el mes de enero de 1819. Fecha en que el mismo prelado en su segunda visita, ordenó que todos se sepultaran en una fosa, que se hizo dentro del atrio del templo, hacia la parte sur.
Allí fueron arrojados también los restos de aquel patricio benemérito. A cuya mano debemos esos santuarios de la religión, la importante obra del hospital, los primitivos adelantos en la educación y el haber llevado el auxilio junto al consuelo, a un sin número de vecinos de la población durante su fecunda vida.
Aunque vino de muy temprana edad con los primitivos habitantes de la población, fue uno de los pilares en que se afianzó la misma, para llegar al día de hoy. En que es una figura prácticamente desconocida y donde sólo la calle que lleva su nombre, además de un monumento en el que es difícil saber a quien está dedicado, aun se yergue en el parque Vidal de la capital villaclareña.
Hubo un sobrante de 873 pesos, que se distribuyeron en este orden 213 y 5 reales para limosnas a pobres y pordioseros, 600 al hospicio de San Francisco para alhajas y otras cosas necesarias y 60 con destino al gasto de enramar el monumento a la Virgen, que entonces se hacia en la Plaza Mayor, junto a dicho hospicio para celebrar el Viernes Santo.
Pues el acto del descendimiento a veces dejaba de realizarse, por no haber quien lo costease. Quedó así cumplida su voluntad, cuya vida fue una continua virtud. Sus restos reposaron en la ermita del Carmen, hasta marzo de 1804, en que el Obispo Espada, dispuso en su primera visita, que se trasladaran al cementerio, situado entonces en las cercanías de la Iglesia Mayor.
Sin tener en cuenta el fundamento, que impusiera semejante determinación, es deplorable, que a pesar del notorio celo e ilustración de aquel sacerdote, se llevase a cabo la antes citada determinación. Por la cual quedaba destruido el único monumento que la gratitud de un pueblo levantara a la memoria de un hombre tan distinguido, como El Padre Conyedo.
Se verificó la exhumación en presencia del diocesano y de un pueblo inmenso que concurrió ansioso, a contemplar los restos mortales de su inolvidable bienhechor. Apareció entero su cuerpo con todas sus vestiduras y deseoso Don Francisco del Río, mayordomo de aquel santuario de tributar un homenaje de respeto a sus despojos mortales, le costeó una caja.
En ella fueron enterrados y así permanecieron en una pieza de la propia iglesia, que estaba destinada para depósito de los huesos, que se extraían del cementerio, hasta el mes de enero de 1819. Fecha en que el mismo prelado en su segunda visita, ordenó que todos se sepultaran en una fosa, que se hizo dentro del atrio del templo, hacia la parte sur.
Allí fueron arrojados también los restos de aquel patricio benemérito. A cuya mano debemos esos santuarios de la religión, la importante obra del hospital, los primitivos adelantos en la educación y el haber llevado el auxilio junto al consuelo, a un sin número de vecinos de la población durante su fecunda vida.
Aunque vino de muy temprana edad con los primitivos habitantes de la población, fue uno de los pilares en que se afianzó la misma, para llegar al día de hoy. En que es una figura prácticamente desconocida y donde sólo la calle que lleva su nombre, además de un monumento en el que es difícil saber a quien está dedicado, aun se yergue en el parque Vidal de la capital villaclareña.
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