Santa Catalina, Santa Clara, Villa Clara, 29 de octubre del 2009 (FDC). Con el sacramento del Bautismo, además del perdón de los pecados, se puede llegar a ser hijos de Dios por adopción y miembros del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. El neófito (nuevo bautizado) adquiere la triple condición de sacerdote, profeta y rey.
El sacerdocio cristiano tiene una doble dimensión: el sacerdocio común, que comparten todos los bautizados, hombres y mujeres, incluidos los clérigos. Por el sacerdocio común todos podemos invocar directamente a Dios, además de realizar sacrificios y oraciones por todos los seres humanos.
Y el sacerdocio ministerial, que reciben sólo los hombres, que han percibido un llamado especial, y que mediante el sacramento del Orden Sacerdotal obtienen la gracia, para poder dirigir y servir la Iglesia. En cualquiera de los tres grados de los que consta el mismo: Diaconado (servicio), Presbiterado (cura o anciano) y Episcopado (administrador).
La condición de rey se adquiere, al ser hermano de Jesucristo, Rey de reyes y también por ser ciudadanos desde ese momento del Reino de los Cielos y para dar cumplimiento a la profecía bíblica: “sí con Él sufrimos, reinaremos con Él” (2 Ti 2,12). Además para el cristiano “servir es reinar” (Lumen gentium, 36).
Profeta, no es sólo la predicción del futuro, que constituye un don especial del Espíritu Santo, otorgado a algunos escogidos, con el fin de alertar, defender Iglesia y humanidad de situaciones específicas. En Cuba tenemos, las profecías de San Antonio Maria Claret, quien fuera Arzobispo de Santiago de Cuba (1851-1857), que alertaron un siglo antes, lo que pasaría aquí.
La misión de profeta, adquirida por todo bautizado y de la cual la Iglesia es su mayor portavoz, consiste en denunciar las injusticias, indicar el camino correcto y oponerse al mal, cuéstele lo que le cueste. Incluido el martirio como le pasó a Juan el Bautista al denunciar públicamente a Herodes, por su relación incestuosa con su cuñada (Mc 6, 16-8).
Es también ejemplo de profecía el Magníficat de la Virgen (Lc1, 51-53): “El Señor hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Programa de vida este a practicar por todo buen cristiano.
La profecía a la que nos referimos aquí, habla al corazón del pueblo, con los acentos de la veracidad, el amor y la fidelidad a la misión encomendada por su Maestro: “obedeciendo a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). En el momento histórico concreto que vive la Iglesia, que es la voz de Cristo en el presente, por medio de sus Obispos fundamentalmente.
Este encargo profético recibido por la Iglesia de su Señor, ha molestado y molesta a los gobiernos dictatoriales y totalitarios, a través de todos los tiempos. Enrique VIII dividió y formó una “iglesia nacionalista”, la anglicana, por no aceptársele el divorcio con Catalina de Aragón y la Revolución Francesa, en la época del terror de Robespierre, saqueó templos y asesinó clérigos.
Stalin, en su llamada “purga” atacó a la Iglesia al percatarse que la católica y la ortodoxa eran la misma, con dos tradiciones, pero con las ventajas de que la ortodoxa además de tener mayor número de fieles en aquella zona, es una iglesia autocéfala. A la que se le prohibió elegir Patriarca al morir Tikón, encabezó entonces la iglesia rusa, el manejable, Metropolita Sergio.
La posición ante Stalin, lo llevó a restituir al Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, en 1945: Alexis I, de igual docilidad que Sergio. A diferencia de la Iglesia Católica Oriental (Uniata), en Ucrania, de rito ruteno, cuyo dirigente, el Papa, residente en Roma, a la que Stalin decidió expropiarle todos sus templos y declararla proscrita, motivándola a pasar a la clandestinidad.
La República Española fue terriblemente sanguinaria con la Iglesia, el martirio al que se sometió, a clérigos, laicos y consagrados fue atroz, violación de monjas y la práctica de antorchas vivientes, al que no claudicara de su fe. En México la rebelión de los Cristeros, motivada por medidas antirreligiosas del general Calles se extendió hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas.
El sacerdocio cristiano tiene una doble dimensión: el sacerdocio común, que comparten todos los bautizados, hombres y mujeres, incluidos los clérigos. Por el sacerdocio común todos podemos invocar directamente a Dios, además de realizar sacrificios y oraciones por todos los seres humanos.
Y el sacerdocio ministerial, que reciben sólo los hombres, que han percibido un llamado especial, y que mediante el sacramento del Orden Sacerdotal obtienen la gracia, para poder dirigir y servir la Iglesia. En cualquiera de los tres grados de los que consta el mismo: Diaconado (servicio), Presbiterado (cura o anciano) y Episcopado (administrador).
La condición de rey se adquiere, al ser hermano de Jesucristo, Rey de reyes y también por ser ciudadanos desde ese momento del Reino de los Cielos y para dar cumplimiento a la profecía bíblica: “sí con Él sufrimos, reinaremos con Él” (2 Ti 2,12). Además para el cristiano “servir es reinar” (Lumen gentium, 36).
Profeta, no es sólo la predicción del futuro, que constituye un don especial del Espíritu Santo, otorgado a algunos escogidos, con el fin de alertar, defender Iglesia y humanidad de situaciones específicas. En Cuba tenemos, las profecías de San Antonio Maria Claret, quien fuera Arzobispo de Santiago de Cuba (1851-1857), que alertaron un siglo antes, lo que pasaría aquí.
La misión de profeta, adquirida por todo bautizado y de la cual la Iglesia es su mayor portavoz, consiste en denunciar las injusticias, indicar el camino correcto y oponerse al mal, cuéstele lo que le cueste. Incluido el martirio como le pasó a Juan el Bautista al denunciar públicamente a Herodes, por su relación incestuosa con su cuñada (Mc 6, 16-8).
Es también ejemplo de profecía el Magníficat de la Virgen (Lc1, 51-53): “El Señor hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Programa de vida este a practicar por todo buen cristiano.
La profecía a la que nos referimos aquí, habla al corazón del pueblo, con los acentos de la veracidad, el amor y la fidelidad a la misión encomendada por su Maestro: “obedeciendo a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). En el momento histórico concreto que vive la Iglesia, que es la voz de Cristo en el presente, por medio de sus Obispos fundamentalmente.
Este encargo profético recibido por la Iglesia de su Señor, ha molestado y molesta a los gobiernos dictatoriales y totalitarios, a través de todos los tiempos. Enrique VIII dividió y formó una “iglesia nacionalista”, la anglicana, por no aceptársele el divorcio con Catalina de Aragón y la Revolución Francesa, en la época del terror de Robespierre, saqueó templos y asesinó clérigos.
Stalin, en su llamada “purga” atacó a la Iglesia al percatarse que la católica y la ortodoxa eran la misma, con dos tradiciones, pero con las ventajas de que la ortodoxa además de tener mayor número de fieles en aquella zona, es una iglesia autocéfala. A la que se le prohibió elegir Patriarca al morir Tikón, encabezó entonces la iglesia rusa, el manejable, Metropolita Sergio.
La posición ante Stalin, lo llevó a restituir al Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, en 1945: Alexis I, de igual docilidad que Sergio. A diferencia de la Iglesia Católica Oriental (Uniata), en Ucrania, de rito ruteno, cuyo dirigente, el Papa, residente en Roma, a la que Stalin decidió expropiarle todos sus templos y declararla proscrita, motivándola a pasar a la clandestinidad.
La República Española fue terriblemente sanguinaria con la Iglesia, el martirio al que se sometió, a clérigos, laicos y consagrados fue atroz, violación de monjas y la práctica de antorchas vivientes, al que no claudicara de su fe. En México la rebelión de los Cristeros, motivada por medidas antirreligiosas del general Calles se extendió hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas.
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