Parroquia, Santa Clara, Villa Clara, 29 de octubre del 2009 (FDC). Apenas de regreso comenzó la obra de la ermita del Buen viaje, por haberse determinado entonces reconstruirla de mampostería y teja. Al momento se le confió la dirección junto a la administración de ella y merced a su influencia celo y constancia recibió la fabricación no poco impulso.
De inmediato emprendió la edificación de otra ermita, la de Nuestra Señora Del Carmen, construida en la loma de ese nombre. Hizo allí, en 1746, un pequeño templo, costeado a sus expensas, mientras escribió a Fray Juan Lazo de la Vega y Cansino, obispo de la isla, para que le permitiera pedir y recolectar algunas limosnas entre los vecinos para mejorar la edificación.
Lograda la construcción de la ermita, fue nombrado capellán de ella. Estableció nuevamente la escuela en la misma y a pesar de su edad avanzada se encargó del magisterio y admitió en ella a todos los niños de ambos sexos de la villa. A quienes educó gratuitamente y dispuso a las niñas en piezas distintas, bajo el celo de una señora anciana.
Ni los años, ni sus achaques entibiaron jamás aquel fervor, con que se dedicaba al bien del pueblo, sin necesidad que no satisficiese, pues hasta se cuidaba de tener en su casa un depósito de medicinas para proveer con ellas a los enfermos pobres. Solo la muerte pudo privarle de la continuación de tamaños beneficios.
Seguía aun de capellán en aquella ermita, cuando le acometió la última enfermedad el, 7 de enero de 1761, en vano se agotaron los recursos de la medicina. El día 20 del mismo mes, a la 1: 00 a.m. entregó su alma al Creador. Tenía 73 años y tres meses de edad, en medio del sentimiento profundo de todos los habitantes de la villa.
Preparado a priori, hizo un borrador para su testamento y en su lecho previó que no tendría tiempo para arreglarlo, por ello, dio poder al presbítero Manso de Contreras. Dejo dispuesto que su cuerpo fuera sepultado en la Ermita del Carmen, debajo de las gradas del altar de esta imagen en ataúd forrado de ballena negra, con cinta blanca sin otro adorno,
Sus albaceas, los presbíteros Francisco Antonio Hurtado de Mendoza y Lorenzo Martínez de Avileira, debido a sus méritos honoríficos, mandaron forrar el ataúd con tafetán morado guarnecido de galón de plata y le erigieron sepulcro alto en dicha ermita. Que para no embarazar el pie de la grada de la nave principal, se hizo en la de San Francisco Javier junto a la pared.
Hizo el entierro el presbítero Doctor Cayetano José Pérez de Arriaga, vicario y juez eclesiástico. Concurrieron los sacerdotes de la villa, las autoridades de ella y casi todo el pueblo. Todos los gastos del mismo, ofrendas y ornamentos fueron gratis, porque el difunto, según expresión de sus albaceas había sido Padre Espiritual de su villa, bienhechor y fundador de su iglesia.
Sus cortos bienes los distribuyó en limosnas entre personas de su familia y ahijados. Dejó una cantidad para reparaciones en la Ermita de la Candelaria. A favor de la cual, también impuso 1000 pesos, desde 1764, en calidad de donación por carecer de rentas, a fin de que sus réditos sirvieran para gastos.
Entre ellos para alumbrar la imagen y el sobrante para reparaciones del mismo templo, con prohibición de que por ningún acontecimiento pudiera aplicarse a otra cosa. Consignó así mismo, en su última disposición 200 pesos para dotar el altar de nuestra Señora del Carmen y otros 200 para proseguir la Ermita del Buenviaje, no concluida hasta entonces por falta de medios.
Mando a fundar perpetuamente una capilla de 2500 pesos, a favor del santuario del Carmen y que su capellán recibiera la renta sin descuento, con la obligación de vivir en la ermita y decir misa especialmente los días festivos. Y que atendiera cuanto fuera posible el culto divino y siempre que tuviera tiempo, rezara el rosario a los vecinos por la tarde.
De inmediato emprendió la edificación de otra ermita, la de Nuestra Señora Del Carmen, construida en la loma de ese nombre. Hizo allí, en 1746, un pequeño templo, costeado a sus expensas, mientras escribió a Fray Juan Lazo de la Vega y Cansino, obispo de la isla, para que le permitiera pedir y recolectar algunas limosnas entre los vecinos para mejorar la edificación.
Lograda la construcción de la ermita, fue nombrado capellán de ella. Estableció nuevamente la escuela en la misma y a pesar de su edad avanzada se encargó del magisterio y admitió en ella a todos los niños de ambos sexos de la villa. A quienes educó gratuitamente y dispuso a las niñas en piezas distintas, bajo el celo de una señora anciana.
Ni los años, ni sus achaques entibiaron jamás aquel fervor, con que se dedicaba al bien del pueblo, sin necesidad que no satisficiese, pues hasta se cuidaba de tener en su casa un depósito de medicinas para proveer con ellas a los enfermos pobres. Solo la muerte pudo privarle de la continuación de tamaños beneficios.
Seguía aun de capellán en aquella ermita, cuando le acometió la última enfermedad el, 7 de enero de 1761, en vano se agotaron los recursos de la medicina. El día 20 del mismo mes, a la 1: 00 a.m. entregó su alma al Creador. Tenía 73 años y tres meses de edad, en medio del sentimiento profundo de todos los habitantes de la villa.
Preparado a priori, hizo un borrador para su testamento y en su lecho previó que no tendría tiempo para arreglarlo, por ello, dio poder al presbítero Manso de Contreras. Dejo dispuesto que su cuerpo fuera sepultado en la Ermita del Carmen, debajo de las gradas del altar de esta imagen en ataúd forrado de ballena negra, con cinta blanca sin otro adorno,
Sus albaceas, los presbíteros Francisco Antonio Hurtado de Mendoza y Lorenzo Martínez de Avileira, debido a sus méritos honoríficos, mandaron forrar el ataúd con tafetán morado guarnecido de galón de plata y le erigieron sepulcro alto en dicha ermita. Que para no embarazar el pie de la grada de la nave principal, se hizo en la de San Francisco Javier junto a la pared.
Hizo el entierro el presbítero Doctor Cayetano José Pérez de Arriaga, vicario y juez eclesiástico. Concurrieron los sacerdotes de la villa, las autoridades de ella y casi todo el pueblo. Todos los gastos del mismo, ofrendas y ornamentos fueron gratis, porque el difunto, según expresión de sus albaceas había sido Padre Espiritual de su villa, bienhechor y fundador de su iglesia.
Sus cortos bienes los distribuyó en limosnas entre personas de su familia y ahijados. Dejó una cantidad para reparaciones en la Ermita de la Candelaria. A favor de la cual, también impuso 1000 pesos, desde 1764, en calidad de donación por carecer de rentas, a fin de que sus réditos sirvieran para gastos.
Entre ellos para alumbrar la imagen y el sobrante para reparaciones del mismo templo, con prohibición de que por ningún acontecimiento pudiera aplicarse a otra cosa. Consignó así mismo, en su última disposición 200 pesos para dotar el altar de nuestra Señora del Carmen y otros 200 para proseguir la Ermita del Buenviaje, no concluida hasta entonces por falta de medios.
Mando a fundar perpetuamente una capilla de 2500 pesos, a favor del santuario del Carmen y que su capellán recibiera la renta sin descuento, con la obligación de vivir en la ermita y decir misa especialmente los días festivos. Y que atendiera cuanto fuera posible el culto divino y siempre que tuviera tiempo, rezara el rosario a los vecinos por la tarde.
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