La Ceiba, Camajuaní, Villa Clara, 22 de octubre del 2009 (FDC). En el diccionario Pequeño Larousse Ilustrado, se lee: “Mascarada: fiesta en que se reúnen personas enmascaradas, comparsa de mascaras, cosa fingida, falsa,”. Muy bien pudiera servirnos esa definición para reflejar un fenómeno que se ha dado en la sociedad cubana, hasta convertirse en un patrón de conducta.
La doble moral se ha dimensionado a escala nacional, donde los sujetos se desdoblan para articular su accionar en la sociedad. Esconden su verdadero rostro, se enmascaran en apariencia y ceremonias para cumplir con las reglas del juego, que le imponen las estructuras del poder totalitario, mecanismo imprescindible para sobrevivir en estos tipos de régimen.
Sin pretender abordar este fenómeno con la profundidad psicosocial que demanda, se hace necesario analizar algunos aspectos casuales de sus orígenes y denotar sus consecuencias inmediatas. Su manifestación constituye una práctica generalizada de conducta en la Cuba actual, que perturba todo el entramado de relaciones.
Este patrón de conducta social tiene su génesis en la naturaleza del régimen, donde se disuelven en sus configuraciones autoritarias la identidad del individuo, que asume el enmascaramiento como modus viviendi antes las demandas de un poder que lo convierte en una parodia humana. Ficha manejable para los intereses del sistema.
El sujeto social en las circunstancia de estar atrapado por entidades que le niegan su esencia y limitan su desarrollo vital apela como actor de un drama existencial, a ser inquilino cotidiano de la mentira. Comienza a justificarla por ser parte sustancial de la sociedad, la persona se inicia a convertirse en la no-persona.
Esta mascarada social se extiende como una red a todos los niveles de la sociedad. Aparece un fenómeno singular, el hecho que las instituciones gubernamentales perciben esa conducta y entran en un juego. Que es rejuego funcional con los individuos, porque en sus bases orgánicas subyacen esos procedimientos que comienzan en los procesos educacionales.
Presente en cualquier actividad humana en Cuba, la simulación se ha socializado. Václav Hável describe este fenómeno como: “…no solo el sistema aliena al hombre, sino que a la vez el hombre alienado apoya a este sistema como un proyecto automático.”. Estas formas de conductas se reproducen como un mecanismo defensivo del individuo en su interactuar.
La simulación como patrón referencial de conducta social conduce a un proceso permanente de desestructuración de la personalidad, desvaloriza al sujeto y desarrolla los gérmenes de toda crisis social. Esta se origina cuando las mujeres y los hombres se encuentran en un callejón sin salida y apelan al suicidio ético, en un país donde el futuro está en subasta.
Cualquier terapia psicosocial que se trate de aplicar a la crisis cubana, debe comenzar con la revalorización ética del individuo. Una búsqueda de esa conciencia individual que supone dejar libre el rostro de cualquier máscara y reelaborar sobre nuevas bases un contrato ético-social con un signo verdaderamente humano.
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