La Chirusa, Santa Clara, Villa Clara, 3 de diciembre del 2003 (FDC). El ejercicio del poder en Cuba toma causes atípicos de un modo recurrente. No es lo mismo, la manera de gobernar del hoy enfermo Fidel Castro Ruz, si se compara con la forma de dirección de su hermano menor, el general-presidente Raúl.
El Comandante en Jefe poseía dos talantes a la hora de regentar esta isla-prisión. El primero de ellos, era despachar personalmente los asuntos polémicos con una minuciosidad, que algunos la catalogaban de preciosista, todo según el nivel de morbosidad que despertasen determinados problemas en su curiosidad individual.
Mientras, el segundo de estos métodos consistía en apoyarse en todo un súperorganizado Grupo de Apoyo al Comandante en Jefe. Que en la práctica era un enorme y superlativo mecanismo de burocratismo comunista, el cual duplicaba las funciones de control del estado totalitario cubano.
Los ciudadanos cubanos soportaron esta modalidad de ejercer el mando gubernamental, durante la nimiedad de 47 largos y tortuosos años. Todo esto lo acentuaba la propia esencia de la denominada Revolución Cubana, que es un proceso social personalista y basado en la figura de Fidel Castro, por encima de cualquiera otra consideración.
Al arribar Raúl a la primera magistratura del archipiélago, de una manera sutil las orientaciones para proseguir en la edificación del socialismo se cambiaron. Eso si, nunca en cuanto a contenido, pero si respecto a las formas.
La manipulación del poder se contó entre ellas, porque de pronto y con alivio dejaron de oírse largos discursos. El nuevo mandamás no se consideró nunca un “iluminado”, como si creía serlo su predecesor consanguíneo y por ello opinaba sobre todo, además de aspirar a conocer de la inmensa mayoría de las profesiones.
A este vástago menor entre los varones de Ángel y Lina, le gusta escuchar varias opiniones referentes a una discusión de un tema dado. Crea equipos de trabajo, para que defiendan sus respectivas posiciones y después invita a tomar una determinación colegiada entre los allí presentes.
Trata de llevar a la vida civil, las discusiones operativas que se llevan a cabo en un estado mayor militar. Algo a lo que él, ya está acostumbrado, pues estuvo durante 48 años al frente del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y se enorgullece de ser un militarote ante sus conciudadanos.
Ahora existe un Ministro Supremo en la nomenclatura castro-raulista, que por cierto, carece de cargo oficial alguno. Este se nombra Alejandro Castro Espín y es el hijo de Raúl con la difunta Vilma Espín Guilloi, que ostenta los grados castrenses de coronel del Ministerio del Interior (MININT) y quien casi siempre viste ropas de civil.
Estudió hasta tercer año la carrera de Ingeniero en Refrigeración, en la Ciudad Universitaria José Antonio Echeverría (CUJAE), en La Habana. Tras esto partió hacía la Unión Soviética a prepararse en una especialidad militar, su última responsabilidad conocida fue como jefe de la Sección Política de la Dirección General de Inteligencia (DGI) del MININT.
Para los ministros nacionales este es el hombre a convencer, puesto que ellos no tienen acceso al presidente, solo a su hijo. Alejandro es la barrera entre los máximos responsables de la Revolución Fidelista y los funcionarios de alto rango de esa misma revolución. Hace las funciones de coordinación entre su padre y sus delegados.
Por supuesto existen ministros y dirigentes privilegiados, los cuales no necesitan pasar por el tamiz de Alejandro. Estos son los viejos veteranos con su progenitor en el Segundo Frente Oriental “Frank País”, como José Ramón Machado Ventura, José Ramón Balaguer Cabrera, Julio Casas Regueiro, Antonio Enrique Luzón Batlle o Jorge Risquet Valdez-Saldaña.
Uno de los modos de practicar el poder, después que este le fuera conferido a Raúl Castro, es precisamente interponer a su sagaz muchacho, para que sea quien contenga todas aquellas problemáticas, que trae consigo gobernar un estado. Fidel concentra el poder en si mismo, mientras Raúl lo delega, para eso creó el cargo de coordinador fantasmagórico.
El Comandante en Jefe poseía dos talantes a la hora de regentar esta isla-prisión. El primero de ellos, era despachar personalmente los asuntos polémicos con una minuciosidad, que algunos la catalogaban de preciosista, todo según el nivel de morbosidad que despertasen determinados problemas en su curiosidad individual.
Mientras, el segundo de estos métodos consistía en apoyarse en todo un súperorganizado Grupo de Apoyo al Comandante en Jefe. Que en la práctica era un enorme y superlativo mecanismo de burocratismo comunista, el cual duplicaba las funciones de control del estado totalitario cubano.
Los ciudadanos cubanos soportaron esta modalidad de ejercer el mando gubernamental, durante la nimiedad de 47 largos y tortuosos años. Todo esto lo acentuaba la propia esencia de la denominada Revolución Cubana, que es un proceso social personalista y basado en la figura de Fidel Castro, por encima de cualquiera otra consideración.
Al arribar Raúl a la primera magistratura del archipiélago, de una manera sutil las orientaciones para proseguir en la edificación del socialismo se cambiaron. Eso si, nunca en cuanto a contenido, pero si respecto a las formas.
La manipulación del poder se contó entre ellas, porque de pronto y con alivio dejaron de oírse largos discursos. El nuevo mandamás no se consideró nunca un “iluminado”, como si creía serlo su predecesor consanguíneo y por ello opinaba sobre todo, además de aspirar a conocer de la inmensa mayoría de las profesiones.
A este vástago menor entre los varones de Ángel y Lina, le gusta escuchar varias opiniones referentes a una discusión de un tema dado. Crea equipos de trabajo, para que defiendan sus respectivas posiciones y después invita a tomar una determinación colegiada entre los allí presentes.
Trata de llevar a la vida civil, las discusiones operativas que se llevan a cabo en un estado mayor militar. Algo a lo que él, ya está acostumbrado, pues estuvo durante 48 años al frente del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y se enorgullece de ser un militarote ante sus conciudadanos.
Ahora existe un Ministro Supremo en la nomenclatura castro-raulista, que por cierto, carece de cargo oficial alguno. Este se nombra Alejandro Castro Espín y es el hijo de Raúl con la difunta Vilma Espín Guilloi, que ostenta los grados castrenses de coronel del Ministerio del Interior (MININT) y quien casi siempre viste ropas de civil.
Estudió hasta tercer año la carrera de Ingeniero en Refrigeración, en la Ciudad Universitaria José Antonio Echeverría (CUJAE), en La Habana. Tras esto partió hacía la Unión Soviética a prepararse en una especialidad militar, su última responsabilidad conocida fue como jefe de la Sección Política de la Dirección General de Inteligencia (DGI) del MININT.
Para los ministros nacionales este es el hombre a convencer, puesto que ellos no tienen acceso al presidente, solo a su hijo. Alejandro es la barrera entre los máximos responsables de la Revolución Fidelista y los funcionarios de alto rango de esa misma revolución. Hace las funciones de coordinación entre su padre y sus delegados.
Por supuesto existen ministros y dirigentes privilegiados, los cuales no necesitan pasar por el tamiz de Alejandro. Estos son los viejos veteranos con su progenitor en el Segundo Frente Oriental “Frank País”, como José Ramón Machado Ventura, José Ramón Balaguer Cabrera, Julio Casas Regueiro, Antonio Enrique Luzón Batlle o Jorge Risquet Valdez-Saldaña.
Uno de los modos de practicar el poder, después que este le fuera conferido a Raúl Castro, es precisamente interponer a su sagaz muchacho, para que sea quien contenga todas aquellas problemáticas, que trae consigo gobernar un estado. Fidel concentra el poder en si mismo, mientras Raúl lo delega, para eso creó el cargo de coordinador fantasmagórico.
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