Parroquia, Santa Clara, Villa Clara, 19 de noviembre del 2009 (FDC). “Tiempo es ya de que tratemos de honrar a los ilustres benefactores y patricios, Juan de Conyedo y Francisco Antonio Hurtado de Mendoza. Nosotros damos la noble iniciativa de levantar un Obelisco que perpetúe el recuerdo de ellos y contribuiremos a su costo”. Así rezaba la proclama emitida por Marta Abreu a los villaclareños, el 1ro de diciembre de 1884.
Perpetuar el recuerdo de los valores humanos contribuye a formar conciencia en los pueblos, lo que se desconoce nada provoca. Poner de manifiesto lo grande y bueno de los que han sido, es obra educativa y patriótica. En todo esto pensó la egregia dama al dirigirse a su pueblo, para proponer la rememoración de dos de sus hijos predilectos.
Estos dos sacerdotes llevaron a cabo a más de su misión evangelizadora, una labor crucial en la educación en la villa, por eso le pareció tarea no difícil a doña Marta, la materialización de esta obra. Pero muy lejos quedaría de la verdad esta suposición, la intransigencia del gobierno colonial español fue un serio obstáculo a vencer.
La metrópoli, veía en la consecución de este monumento, una señal de protesta e hizo cuanto pudo por impedir la recordación de los dos sacerdotes. Ellos eran criollos, pues Conyedo, aunque nació en Remedios vino con los fundadores a Santa Clara y Mendoza nació en la villa, en 1724, es decir que eran dos cubanos a los que se pretendía honrar.
Aunque la erección del monumento se había iniciado con un llamamiento popular, el costo de la obra recayó casi totalmente sobre Marta Abreu y sus hermanas Rosa y Rosalía, quienes también contribuyeron generosamente al obelisco. La confección del mismo se encargó en los Estados Unidos de América.
Fue construido en Filadelfia, bajo la dirección del señor Thomas Ricart. Se usó el granito de Boston de color gris para su fabricación. Además, al obelisco central se le rodeó de una cerca, con artísticos pilares, adornados de barras con hierro y bronce.
Fue inaugurado en la mañana, del 15 de julio de 1886. Por un acuerdo del ayuntamiento se emplazó en el centro del parque. En esa época, este lugar que hoy ocupa era el centro de la Plaza de Armas y sustituyó a la farola que en ese sitio existía, donada por un tío de la benefactora el señor Eduardo G. Abreu.
En la parte lateral del mismo, que da hacia el oeste hay esta inscripción: “A la imperecedera memoria de los virtuosos sacerdotes e insignes patricios Don Juan Martín Conyedo y Don Francisco Hurtado de Mendoza, dedica este monumento la gratitud del pueblo de Santa Clara, 1886”. Hoy debido a los cambios en la antigua plaza se encuentra a un costado de la misma.
También se encuentran en el hoy parque “Leoncio Vidal”, otros obeliscos dedicados a figuras también insignes, que vivieron o tuvieron un papel importante en la historia de la ciudad. Desafortunadamente en general solo juegan un papel escultórico, pues la mayoría de los santaclareños no saben de quienes se tratan.
El papel que quiso que jugara en la conciencia de los habitantes del pueblo, doña Marta, al lanzar aquella consigna popular, para la elevación de una obra que juzgaba ella contribuiría a perpetuar recuerdos y formar conciencia. Se ha separado espiritualmente de su deseo y solo queda el granito, que aunque desafía el paso del tiempo, ha perdido parte importante de su misión.
Perpetuar el recuerdo de los valores humanos contribuye a formar conciencia en los pueblos, lo que se desconoce nada provoca. Poner de manifiesto lo grande y bueno de los que han sido, es obra educativa y patriótica. En todo esto pensó la egregia dama al dirigirse a su pueblo, para proponer la rememoración de dos de sus hijos predilectos.
Estos dos sacerdotes llevaron a cabo a más de su misión evangelizadora, una labor crucial en la educación en la villa, por eso le pareció tarea no difícil a doña Marta, la materialización de esta obra. Pero muy lejos quedaría de la verdad esta suposición, la intransigencia del gobierno colonial español fue un serio obstáculo a vencer.
La metrópoli, veía en la consecución de este monumento, una señal de protesta e hizo cuanto pudo por impedir la recordación de los dos sacerdotes. Ellos eran criollos, pues Conyedo, aunque nació en Remedios vino con los fundadores a Santa Clara y Mendoza nació en la villa, en 1724, es decir que eran dos cubanos a los que se pretendía honrar.
Aunque la erección del monumento se había iniciado con un llamamiento popular, el costo de la obra recayó casi totalmente sobre Marta Abreu y sus hermanas Rosa y Rosalía, quienes también contribuyeron generosamente al obelisco. La confección del mismo se encargó en los Estados Unidos de América.
Fue construido en Filadelfia, bajo la dirección del señor Thomas Ricart. Se usó el granito de Boston de color gris para su fabricación. Además, al obelisco central se le rodeó de una cerca, con artísticos pilares, adornados de barras con hierro y bronce.
Fue inaugurado en la mañana, del 15 de julio de 1886. Por un acuerdo del ayuntamiento se emplazó en el centro del parque. En esa época, este lugar que hoy ocupa era el centro de la Plaza de Armas y sustituyó a la farola que en ese sitio existía, donada por un tío de la benefactora el señor Eduardo G. Abreu.
En la parte lateral del mismo, que da hacia el oeste hay esta inscripción: “A la imperecedera memoria de los virtuosos sacerdotes e insignes patricios Don Juan Martín Conyedo y Don Francisco Hurtado de Mendoza, dedica este monumento la gratitud del pueblo de Santa Clara, 1886”. Hoy debido a los cambios en la antigua plaza se encuentra a un costado de la misma.
También se encuentran en el hoy parque “Leoncio Vidal”, otros obeliscos dedicados a figuras también insignes, que vivieron o tuvieron un papel importante en la historia de la ciudad. Desafortunadamente en general solo juegan un papel escultórico, pues la mayoría de los santaclareños no saben de quienes se tratan.
El papel que quiso que jugara en la conciencia de los habitantes del pueblo, doña Marta, al lanzar aquella consigna popular, para la elevación de una obra que juzgaba ella contribuiría a perpetuar recuerdos y formar conciencia. Se ha separado espiritualmente de su deseo y solo queda el granito, que aunque desafía el paso del tiempo, ha perdido parte importante de su misión.
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