Sakenaf, Santa Clara, Villa Clara, 26 de noviembre de 2009 (FDC). La naturaleza con sus antojadizas formas, ha motivado, desde tiempos inmemoriales, el florecer desenfrenado de creaciones artísticas. Ríos, alturas, valles, alboradas, ocasos, fueron temáticas recurrentes, en varias generaciones de poetas.
Los sentimientos por estos encantos naturales, desbordaron, en urbana lírica pasional, hacia zonas que identificaron la geografía de Santa Clara. Especial trato recibieron, a través del verso, dos de los arroyos más importantes que surcan la villa, pues éstos, con andares temerosos y cristalinos, inspiraron a bardos en ambas riberas.
Sin interrumpir sus causes, los ríos “Cubanicay” y “Bélico”, le hicieron desprender floreados suspiros a quienes, inspirados desde sus márgenes, recreaban las tardes de antaño. Este último, por su condición de ahondar más en el poblado, es el que mayor número de cumplidos ha recibido, incluso su designación, se lo confirió uno de estos rimadores.
Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), en la poesía “El Eco”, tomada de su cuaderno poético “El Veguero. Poesías Cubanas dedicadas por Plácido a sus amigos de Villaclara”, de 1841, le da nombre. Allí dice: “…y vosotras bellas ninfas/ de lenguas almibaradas/ las que de amarillas moyas y aguinaldas coronadas/ del Bélico* a las orillas…”.
El asterisco, a pie de hoja reza: “Bélico- el arroyo que circula esta villa, que hoy puede llamarse almacén general del comercio terrestre, aún no tiene nombre y como me creo tan autorizado como otro cualquiera para darle este, atendiendo a que su orilla es un mineral de imán y que en su margen nacen laureles, símbolos el primero de la guerra y los segundos de la victoria”.
Otro lírico “foráneo”, pero radicado aquí algún período, al igual que Plácido, era de la provincia Matanzas, lo personificó, alrededor de 1850, cual contertuliano de pesares. Esta vez Fernando Reyes Borguero, originario de La Habana, le suplicó: “Detén tu curso, arroyuelo/ y llora un rato conmigo/ que los dolores del alma/ menores son compartidos”.
Para 1885, al inaugurarse el teatro “La Caridad”, la “Oda villaclareña”, recogida por J. B. Cornide el propio año, nuevamente lo aludió. “...Tranquila y dulce su existencia mece/ al rumor de las ondas/ del Bélico, que corre temeroso/ cortando el cause en caprichoso giro/ y su murmullo triste y amoroso/ ora es una oración, ora un suspiro”.
Antonio Vidaurreta y Álvarez, destacado lírico local, en la nota a “Cárdenas”, de1889, convierte a ambos afluentes en amantes afables, agitadores y juglares. Subrayó el poeta: “…pie de un valle de verdes praderas/ que enlazan dos arroyos bullidores/ con tiernas ufanías/ y pasan, como amantes trovadores/ abiertos en perennes armonías/ rizando espumas y besando flores”.
Vidaurreta, en otra obra al torrente, realza su derredor y lo trata cual jardín o pura doncella: “Si en tus hornadas márgenes de flores/ canto más dulce resonar pudiera/ así como tus músicos rumores/ sensible trovador de la pradera/ aquí se alza mi patria en tu ribera/ como una virgen casta que inocente/ coronada con flores bien pudiera/ leda bañarse en tu fugaz corriente”.
Los sentimientos por estos encantos naturales, desbordaron, en urbana lírica pasional, hacia zonas que identificaron la geografía de Santa Clara. Especial trato recibieron, a través del verso, dos de los arroyos más importantes que surcan la villa, pues éstos, con andares temerosos y cristalinos, inspiraron a bardos en ambas riberas.
Sin interrumpir sus causes, los ríos “Cubanicay” y “Bélico”, le hicieron desprender floreados suspiros a quienes, inspirados desde sus márgenes, recreaban las tardes de antaño. Este último, por su condición de ahondar más en el poblado, es el que mayor número de cumplidos ha recibido, incluso su designación, se lo confirió uno de estos rimadores.
Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), en la poesía “El Eco”, tomada de su cuaderno poético “El Veguero. Poesías Cubanas dedicadas por Plácido a sus amigos de Villaclara”, de 1841, le da nombre. Allí dice: “…y vosotras bellas ninfas/ de lenguas almibaradas/ las que de amarillas moyas y aguinaldas coronadas/ del Bélico* a las orillas…”.
El asterisco, a pie de hoja reza: “Bélico- el arroyo que circula esta villa, que hoy puede llamarse almacén general del comercio terrestre, aún no tiene nombre y como me creo tan autorizado como otro cualquiera para darle este, atendiendo a que su orilla es un mineral de imán y que en su margen nacen laureles, símbolos el primero de la guerra y los segundos de la victoria”.
Otro lírico “foráneo”, pero radicado aquí algún período, al igual que Plácido, era de la provincia Matanzas, lo personificó, alrededor de 1850, cual contertuliano de pesares. Esta vez Fernando Reyes Borguero, originario de La Habana, le suplicó: “Detén tu curso, arroyuelo/ y llora un rato conmigo/ que los dolores del alma/ menores son compartidos”.
Para 1885, al inaugurarse el teatro “La Caridad”, la “Oda villaclareña”, recogida por J. B. Cornide el propio año, nuevamente lo aludió. “...Tranquila y dulce su existencia mece/ al rumor de las ondas/ del Bélico, que corre temeroso/ cortando el cause en caprichoso giro/ y su murmullo triste y amoroso/ ora es una oración, ora un suspiro”.
Antonio Vidaurreta y Álvarez, destacado lírico local, en la nota a “Cárdenas”, de1889, convierte a ambos afluentes en amantes afables, agitadores y juglares. Subrayó el poeta: “…pie de un valle de verdes praderas/ que enlazan dos arroyos bullidores/ con tiernas ufanías/ y pasan, como amantes trovadores/ abiertos en perennes armonías/ rizando espumas y besando flores”.
Vidaurreta, en otra obra al torrente, realza su derredor y lo trata cual jardín o pura doncella: “Si en tus hornadas márgenes de flores/ canto más dulce resonar pudiera/ así como tus músicos rumores/ sensible trovador de la pradera/ aquí se alza mi patria en tu ribera/ como una virgen casta que inocente/ coronada con flores bien pudiera/ leda bañarse en tu fugaz corriente”.
En los años 30 del siglo pasado, Florentino “Floro” Martínez, costumbrista municipal, recreó en “Ex Bélico”, segmentos de su gozosa infancia. Estampó este: “…Bélico, con qué embriaguez/ de recuerdos y alegrías/ evoco de mi niñez/ las sabrosas zambullidas…”, “…Cuantas veces de tu linfa/ salté a tu movible arena/ gallardo como una ninfa/ limpio como una patena…”.
Alertó así mismo, el gradual repliegue que comenzaba a padecer dicho afluente, retroceso este además, equiparado con sus años: “Bélico, al ver extinguida/ tu potencia torrencial, y que se va con tu vida/ la fuerza de tu caudal…”, “…Adiós, Bélico, en tu espejo/ no he de zambullirme más/ y si del bañó me alejo/ es que estoy como tú, viejo/ llevando sólo el compás”.
Como han observado, el río correspondió a cuantos se acercaron a él, fuese un elogio a sus perpetuos encantos o pláticas sobre idilios, con finales tormentosos. Todos encontraron el consuelo allí, bastó solo el más leve desasosiego de alguien, para que éste, desde cualquiera de sus confesionarias orillas, se detuviera a escucharlo.
Gozó el arroyo del éxtasis, de cuanto inspirado conviviera o alojase fugazmente la ciudad, al parecer, así se perciben, aquellos hermosos días. Hoy, los nuevos cantores, apenas si pueden inspirarse, pues ¿la naturaleza?, solo les ofrece como temáticas recurrentes, si se acercan a los bordes de este río, vectores como ratones, cucarachas, mosquitos y fetidez.
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